La oración como transformación personal
Las dos últimas
semanas he estado fuera de Honduras dirigiendo los ejercicios espirituales a
los misioneros claretianos en Guatemala y San José. He estado tan absorbido que
he descuidado mi colaboración en este blog. Los ejercicios espirituales son
días intensos de oración, en su ambiente
de retiro de las actividades ordinarias y plenamente dedicados a la escucha de
la Palabra, a la revisión de vida, al
discernimiento de la voluntad de Dios en la vida personal y en la tarea
encomendada.
En artículos
anteriores he compartido algunas reflexiones sobre la oración como “acto de fe”
y como “expresión de la comunión de vida con Dios”. Motivado por la experiencia
de los ejercicios espirituales, quiero prolongar mis comentarios desde una
nueva perspectiva que sale al paso de una objeción frecuentemente formulada por
algunos, a saber, que la oración es paralela a la vida, no tiene incidencia en
ella, no cambia a las personas o que al menos en muchos casos, eso es lo que
ocurre.
Todo lo bueno
puede deformarse, también la oración. Pero hemos de afirmar que la verdadera
oración va realizando una progresiva transformación del orante y de sus
relaciones.
Del estar con el Señor a ser como el Señor
En el orden
humano, el verdadero amor de comunión, en sus diversas formas, va produciendo
una transformación de las personas para una buena relación. Cicerón en su
“dialogo sobre la amistad” afirma que “la amistad o es entre semejantes o hace
semejantes”.
El “estar con el
Señor” va llevando a ser como el Señor. Pensemos en los tres años de los
discípulos en compañía del Señor: “Están con Él “, lo escuchan, lo miran, lo
sienten para ser como Él.
Jesús, poco a
poco, quiere irlos transformando en tres grandes campos: el
campo del pensamiento, del sentimiento y del comportamiento, de manera que
piensen como Él, que es la Verdad; sientan como Él que es el Amor entregado; y
se comporten como Él que es el Camino que lleva a la Vida.
De la misma
manera, la oración en cuanto “trato de amistad”, “relación de comunión” con el
Señor, va realizando en el orante una transformación. Frecuentemente se
preguntará: ¿Mis pensamientos, criterios, valoración de las cosas… son los de
Jesús y su Palabra? ¿Mis sentimientos, afectos son como los del Señor? ¿Tengo
su compasión, ternura, humildad…? y mis obras, actuaciones, comportamientos ¿se
asemejan a los del Señor?
Estoy con el
Señor. Escucho su palabra, contemplo su persona… ¿Y qué pasa? Me admiro,
agradezco ¿Y qué más? Pido que me haga como Él ¿Y? En la vida, después de la
oración, trato de vivir como Él.
Transformación de la persona y de sus relaciones
La
transformación no es meramente interior, mucho menos intimista. Es
transformación del corazón de la persona y de sus relaciones con las cosas y
con los demás. La transformación es “radical”, del “corazón” en sentido
bíblico: el centro de pensar, sentir y querer de la persona. La oración nos va
renovando como “criaturas nuevas”.
Arrancando de
ahí, va transformando nuestras relaciones con las cosas materiales, con la
creación, con los instrumentos del hombre, con el dinero y con las personas en
el ámbito familiar, laboral y social.
Como las
relaciones crean “instituciones”:
familia, economía, política, también, desde la oración como comunión con el
Señor, se van transformando los comportamientos en esas instituciones.
De esta manera,
la oración no queda reducida a unos tiempos ni a un ámbito privado e intimista
de la sola relación con Dios sino que va afectando a la totalidad de la vida
del verdadero orante.
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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