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Mostrando entradas de febrero, 2009

La vocación de educadores

La educación siempre ha estado entre las ocupaciones de la Iglesia, porque “nada hay verdaderamente humano que no encuentre   eco en su corazón” (Vaticano II, “La Iglesia en el mundo actual”, n. 1). La Iglesia particular   o diócesis de San Pedro Sula reconoce la importancia de la   educación en la vida de las personas y aprecia la tarea   de los educadores. Para motivar, acompañar y   formar a los educadores   y para promover   y coordinar la actividad educativa, cuenta con una comisión diocesana de pastoral educativa. Hoy sábado, han realizado su primera asamblea del año 2009. Han compartido su ardiente   deseo por una educación   de calidad para todos, especialmente para los pobres y han reafirmado su convicción de que los docentes y educadores   son la piedra angular de toda   reforma y renovación educativa. El día veinte exponía algunas reflexiones   sobre la responsabilidad de los educadores y   definía la responsabilidad como la capacidad de responder   del propio comp

Educadores responsables

Ha empezado el año escolar lleno de interrogantes, señal de graves preocupaciones. ¿Cuántos días de clase tendrán los alumnos? ¿Qué marca de calidad llevará la enseñanza? ¿Cuándo se solucionarán los conflictos magisterio – ministerio de educación? ¿Seguirán pagando los escolares las consecuencias? Escribo hoy algunas consideraciones sobre la responsabilidad educativa. ¿Qué resonancias tiene en usted esta palabra: “responsabilidad”? Hago la pregunta porque las palabras escuchadas o leídas no llegan sólo a la inteligencia sino que despiertan también emociones, recuerdos, experiencias diversas en cada oyente o lector.   Quizá en algunos evoca el sentido de carga, peso, agobio, que no queda más remedio que llevar pero que ni nace de dentro ni es fuente de felicidad. En este caso la responsabilidad se vive como limitación a la libertad, como si la responsabilidad impidiera el despliegue de la libertad personal. En otros, puede despertar la experiencia de satisfacción por el deber

La misión: gratitud y alegría desbordantes

Todo discípulo es misionero Los que escucharon las palabras de verdad y de vida que salieron de la boca de Jesús, los que experimentaron los efectos saludables de verle, oírle y tocarle no se callaron sino que dieron gloria a Dios y difundieron las noticias con grandes muestras de admiración. Jesucristo, a los que llamó para que le siguieran, los envió a anunciar el Reino. A los   que hizo sus amigos íntimos los hizo también   sus cooperadores en la misión. A quienes hizo sus discípulos les encargo hacer nuevos discípulos de todos los pueblos. La misma llamada de Jesús vincula a su persona y a su causa: el anuncio del Reino de Dios. La escucha de su Palabra hace discípulos y mensajeros, oyentes y anunciantes. El seguimiento de Jesús   es adhesión a su persona y colaboración en su misión. “Por eso, todo discípulo es misionero” (DA. 145). “Discipulado y misión son como dos caras de una misma medalla” (DA. 146). Anunciar a Jesucristo La Iglesia, comunidad de discípul

Memoria agradecida

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El sábado, 30 de enero, presidí la Eucaristía de acción de gracias por los cincuenta años de vida religiosa de Sor Luz Adela Serrano y por los cincuenta años de matrimonio de su hermana Sara Serrano, casada con Jorge Alberto. Estaba presente   la mamá de sor Luz Adela y de Doña Sara, casi centenaria.   En octubre cumplirá 100 años de edad. La celebración eucarística y el posterior almuerzo con la familia y con las hermanas salesianas despertaron en mí sentimientos de alegría y gratitud. ¡Cómo no alegrarme y unirme al agradecimiento de Sor Luz Adela y del matrimonio Sara   y Jorge! Celebrar 50 años   de fidelidad en la personal y específica vocación es hacer memoria agradecida de una historia de gracia y de amor de Dios que como hilo conductor ha ido uniendo los diversos   acontecimientos de la vida. Para quienes miran su historia con ojos de fe todo es gracia. El cristianismo es una religión de “la memoria”. Toda la Sagrada Escritura es la “memoria escrita” de las mar

¡Obispo de San Pedro Sula!

Sí, me llegaron rumores de que andaba mi nombre en danza para obispo de San Pedro Sula, pero no hice caso y nunca pensé que fuera en serio. Sólo había estado tres años en Honduras, apenas con tiempo para abrir los ojos y los oídos a la realidad, y de eso hacía veinte años. En mi agenda de Superior Provincial tenía señalada la segunda quincena de enero del 95 para visitar a los claretianos de la Provincia de Castilla en Honduras y despedirme de ellos, pues se incorporaban a la Provincia Claretiana de Centroamérica. El 19 de noviembre del año 1994 me llamó el Sr. Nuncio en Madrid, D. Mario Tagliaferri, para comunicarme, después de varias preguntas y comentarios sobre mi estancia en Honduras, que el Papa me había nombrado obispo de la Diócesis de San Pedro Sula. Me quedé de una pieza. La noticia me desbordaba por completo. No estaba preparado para ella. No entraba en mis pensamientos ni como posibilidad. No podía ser. Me pasó como al P. Claret “Espantado de mi nombramiento no q