La pascua de mi padre

 

Escribo estas reflexiones desde Burgos (España). El viernes santo a las 9:00 am hora española, a la 1:00 am hora hondureña, falleció mi padre. Pude viajar en avión esa misma mañana y llegar el sábado para celebrar su funeral y enterrarlo en el pueblo serrano donde nació, creció, trabajó, amó y vivió la mayor parte de su vida. Descansa en la tierra que regó con su sudor y de la que sacó el pan para su familia. Enterramos el cuerpo pero no la esperanza de la vida en el Señor. Hacía frío y nevaba pero el espíritu ardía de amor y de fe.

La muerte de las personas más queridas pone a prueba toda nuestra vida y levanta preguntas como cruces clavadas en el alma. Para mí, la medida de las personas y el valor de la vida está en las respuestas que damos a estas preguntas últimas. Solemos decir que la muerte es “ley de vida”. Pero en el fondo quisiéramos que nadie se nos muriera, porque la “ley de vida” no es la ruptura, la separación y el olvido sino la comunión permanente en el amor.

Quiero compartir contigo, lector asiduo u ocasional de este blog, mi fe en Jesucristo y mi espera en la resurrección. Creo en Jesucristo, resucitado de entre los muertos. Esta fe me oxigena el alma como una bocanada de aire puro oxigena los pulmones, me ensancha el espacio interior oprimido por el dolor y me da una sensación de vida en plenitud.

Creo que si morimos en Cristo, resucitamos en Él. En la vida y en la muerte somos suyos. Para esto murió y resucitó el Señor. Tengo la serena certeza de que mi padre vive para Dios en Cristo Jesús. Dios, Padre compasivo, no quiere que nadie se le pierda definitivamente sino que en su Hijo muy amado tenga vida eterna, vida en plenitud. Incluso la fecha de la muerte de mi padre es como un “signo” de esta fe. Murió el viernes santo, lo enterramos en el atardecer del sábado santo y vivimos con la esperanza de su Domingo Pascual, de su luz perpetua, de su vida en Dios.

Esta fe y esta esperanza no sólo me dan el sentido definitivo de la vida sino que me ayudan a vivir cada día con ganas, con ilusión, con entrega. No quiero ir por la vida resignadamente, como arrastrando los días y la voluntad, desmotivado y desganado. Mi padre ha cumplido su misión, ha llevado a cabo su obra. Mi mejor muestra de amor hacia él, hacia los demás y hacia Dios, es seguir realizando con fidelidad cotidiana, con paz y con gozo la misión que yo he recibido, el ministerio episcopal que Dios me ha encomendado. El consuelo que nace de la esperanza y el amor que permanece más allá de la muerte son como una fuerza interior para la acción presente, para la respuesta generosa, positiva y creadora todos los días de mi vida.

Mi paz y mi alegría crecerán si estas palabras renuevan en ti la fe, avivan el amor y fortalecen la esperanza.

 + Mons. Ángel Garachana Pérez, CMF

Obispo de San Pedro Sula

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