La espesura del amor y de la esperanza


El P. Vicente Nacher me ha regalado un libro que lleva por título “La espesura del amor, Dios”.  Son reflexiones, poesías, documentos, testimonios y materiales varios para este tiempo de adviento. Lo hace  todos los años y yo se lo agradezco, por el gesto mismo y porque me es de mucha utilidad.

Me ha llamado la atención el título: “la espesura del amor”. Leo las páginas explicativas y, en realidad, el contenido desborda el título ya que habla no sólo de la “espesura del amor” sino también de la fe y de la esperanza.

Busco en el diccionario la palabra “espesura” y leo: “cualidad de espeso. Solidez. Firmeza”. Consulto un diccionario de “ideas afines” y encuentro: “espeso, consistente, concentrado, compacto, profundo, denso”. Lo contrario de “espeso” sería inconsistente, leve, superficial, ralo, escaso.

Y me pregunto: ¿Qué rasgo caracteriza más claramente a nuestra cultura actual? ¿La consistencia o la inconsistencia? ¿La profundidad o la superficialidad? ¿La espesura o el vacío? ¿La densidad o la levedad?

Algunos dicen que vivimos la cultura de la post-modernidad. La cultura de la levedad, de lo pasajero, lo suave, lo “light”.  Nada de “verdades eternas”, sino el absoluto de que “todo es relativo”. El criterio de conducta no serían  los valores morales  sino “me gusta o no me gusta”, “me es útil o no me sirve”. Las grandes utopías de la justicia, la paz,  el desarrollo integral para todos  se diluyen en algo mucho “más práctico y tangible”: ganar, gastar y gozar. La mayor hondura estaría en la superficie, contactos no encuentros. ¿El futuro? Hay que vivir el fulgor del presente.

“¡Válgame el cielo, Sancho!”, diría Don Quijote. ¡Válgame el cielo!, digo yo. ¿Qué esplendoroso presente van a vivir los pobres? ¿Qué les queda a los pobres si ni siquiera  pueden tener esperanza? Algo, dentro de mi, protesta contra semejante  reduccionismo de las dimensiones humanas, estrechamiento de horizontes y encogimiento de corazón.

Me parece que es la protesta de la esperanza que se apoya en la fe y se activa por el amor. Es la protesta de la esperanza que se adentra en la espesura de la realidad. Supera la superficialidad de quienes dicen: “todo está bien”, “todo se arreglará”, “no se inquieten, no dramaticen”, para que todo siga igual. O la superficialidad de quienes evaden las pruebas de la vida con “la diversión” y la huída de su interioridad. La esperanza mira de frente el mal, el pecado, el dolor y el sufrimiento. Lo siente, lo hace suyo, lo carga a sus espaldas. La esperanza ni huye ni cierra los ojos ante la prueba. No es virtud de apocados sino de personas consistentes, fuertes y coherentes, habitadas por una serena certeza y confianza.

¿Dónde se apoya esta seguridad, audaz y humilde al mismo tiempo? La esperanza se sumerge en las situaciones de sufrimientos personales y colectivos pero no se queda a mitad de camino. No se detiene ante la dura capa de la miseria  e injusticia humanas sino que la perfora y descubre más hondamente  que la vida está enraizada  en el bien, la bondad, el amor, que su origen  y su meta es la verdad, la luz y la inmortalidad, en una palabra, Dios.

La esperanza, en Dios apoyada y en Él alimentada, se transforma en amor operante, creativo, diligente. Amor que consuela y fortaleza, amor que cuida y ayuda, amor que transforma y renueva, amor que redime. Nada hay más dinámico y transformador que la esperanza amorosa o el amor esperanzado.

¿No será esto el Adviento, vivir la profundidad de la fe, la densidad de la esperanza y la espesura del amor?




+Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula

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