¡Obispo de San Pedro Sula!


Sí, me llegaron rumores de que andaba mi nombre en danza para obispo de San Pedro Sula, pero no hice caso y nunca pensé que fuera en serio. Sólo había estado tres años en Honduras, apenas con tiempo para abrir los ojos y los oídos a la realidad, y de eso hacía veinte años. En mi agenda de Superior Provincial tenía señalada la segunda quincena de enero del 95 para visitar a los claretianos de la Provincia de Castilla en Honduras y despedirme de ellos, pues se incorporaban a la Provincia Claretiana de Centroamérica.

El 19 de noviembre del año 1994 me llamó el Sr. Nuncio en Madrid, D. Mario Tagliaferri, para comunicarme, después de varias preguntas y comentarios sobre mi estancia en Honduras, que el Papa me había nombrado obispo de la Diócesis de San Pedro Sula.

Me quedé de una pieza. La noticia me desbordaba por completo. No estaba preparado para ella. No entraba en mis pensamientos ni como posibilidad. No podía ser. Me pasó como al P. Claret “Espantado de mi nombramiento no quise aceptar” (Autobiografía N. 495). Puse objeción tras objeción y pedí un tiempo para orar, consultar, pues una decisión tan importante no podía tomarla de inmediato. Pedí tres semanas, ya que la primera de diciembre iba a dirigir unos ejercicios espirituales y era una magnífica ocasión para mi discernimiento. Y prometí traer mi respuesta el 12 de diciembre, día de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América y titular de la parroquia de San Pedro Sula en la que yo había ejercicio mi ministerio misionero.

El P. Claret pudo “recogerse unos días en oración” consultar con sus amigos sacerdotes más íntimos. Y aceptó “dos meses después de haber sido electo” (Autobiografía, N 496). A mí se me concedieron solamente tres días, del viernes por la tarde al lunes por la tarde. Oré, consulté, discerní, batallé por dentro y me rendí a la voluntad de Dios, manifestada en la mediación humana de la iglesia. Dejar Honduras para quedarme en España y volver a Honduras como obispo, veinte años después, son las dos decisiones que más me han costado en mi vida.

Aceptado el nombramiento y anunciado públicamente el 30 de noviembre de 1994, día de San Andrés, me quedé en paz, cayeron todas las resistencias y me ofrecí a Dios con disponibilidad misionera en el ministerio episcopal. 

Cuando caminaba por las serranías de la Demanda, en mi pueblo natal, me gustaba llevar la cachava (cayado) de pastor, hecha por mi padre de una buena vara de olmo. Ahora iba a manejar, por las montañas y valles de la diócesis sampedrana, el báculo de obispo. Cuando di la noticia a mi padre le dije: “Padre, hágame una cachava buena, con la curva elegante, pero alta como la de los obispos” “¿Y para qué quieres una cachava así?  Yo nunca he hecho tal cosa”, me respondió.” “La necesito, padre”, le insistía yo. Pero él no caía en la cuenta de lo que yo estaba insinuando. Hasta que ya le dije: “El Papa me ha nombrado obispo de San Pedro Sula”.

Fui ordenado obispo en la catedral de San Pedro Sula, el día 3 de febrero del año 1995, fiesta de Nuestra Señora de Suyapa, patrona de Honduras. Yo elegí el lugar y la fecha. Podía haber elegido el 6 de enero y ser ordenado obispo por el Papa en Roma. Podía haber elegido ordenarme en España para que asistieran mis ancianos padres que no podrían viajar a Honduras. Estas razones son válidas pero no llegan al núcleo eclesial del episcopado. La ordenación debía de realizarse en la iglesia particular o diócesis con la que me iba a “desposar”.  Esto es lo que pide la buena teología y espiritualidad del misterio episcopal. Y esto es lo que sentía mi corazón.    
¿Y fecha? Dentro del plazo de tres meses que tenía para ser ordenado desde el día de mi elección (11-11-94), la más significativa para el pueblo hondureño era la fiesta de su patrona, la Virgencita de Suyapa. Y también estaba cargada de sentido para mí, misionero “Hijo del Inmaculado Corazón de María”.

María, toda corazón, era mi “Madre, Maestra y Formadora”. Así lo había aprendido y enseñado, vivido y motivado en mi vida de claretiano. Ahora, obispo misionero, como Claret, quería que ella, la madre de Jesús el Buen Pastor, continuara siendo mi madre, maestra, y formadora.

Y esto ocurría hace 14 años

+ Ángel Garachana Pérez  CMF
Obispo de San Pedro Sula

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