La vocación de educadores
La educación
siempre ha estado entre las ocupaciones de la Iglesia, porque “nada hay
verdaderamente humano que no encuentre
eco en su corazón” (Vaticano II, “La Iglesia en el mundo actual”, n. 1).
La Iglesia particular o diócesis de San
Pedro Sula reconoce la importancia de la
educación en la vida de las personas y aprecia la tarea de los educadores. Para motivar, acompañar
y formar a los educadores y para promover y coordinar la actividad educativa, cuenta
con una comisión diocesana de pastoral educativa.
Hoy sábado, han
realizado su primera asamblea del año 2009. Han compartido su ardiente deseo por una educación de calidad para todos, especialmente para los
pobres y han reafirmado su convicción de que los docentes y educadores son la piedra angular de toda reforma y renovación educativa.
El día veinte
exponía algunas reflexiones sobre la
responsabilidad de los educadores y
definía la responsabilidad como la capacidad de responder del propio comportamiento. Hoy me pregunto:
¿responder a quién?
La respuesta
supone una llamada, una vocación. ¿Podemos hablar de “vocación” al referirnos a
los educadores?
La Iglesia
Católica en su declaración del Concilio
Vaticano II “sobre la educación cristiana”
responde que sí: “hermosa es por tanto, y de suma importancia la vocación de todos los
que, ayudando a los padres, desempeñan la función de educar” (n. 5b).
Razonemos esta
afirmación. Podemos clasificar la actividad humana como ocupación, profesión y
vocación. Las distinguirían estos tres
aspectos:
·
La implicación de la persona en la
acción.
·
La preparación, capacitación y
profesionalidad para la acción.
·
La trascendencia del origen y fin
de la acción realizada.
A la acción
educativa se le aplica el nivel de “ocupación”
porque ocupa, compromete no solo un
aspecto de la persona, por ejemplo su capacidad de memoria y de raciocinio, sino toda la persona. Es la
persona íntegra del educador quien se implica en la acción educativa. Y cuanto
más se implique, mejor educador será.
Puede ser considerada
como una “profesión”. Cuando
hablamos de profesión estamos suponiendo una preparación específica y adecuada
para una tarea. Pues bien, la educación supone una “profesión”, una
profesionalidad, una preparación propia. La profesión tiene también un carácter
ético, de servicio a la sociedad: “La educación constituye un verdadero
servicio a la sociedad” (Vaticano II, “la Iglesia en el mundo actual”, n. 8). Y
un servicio que goza de un reconocimiento político y social, aunque a veces
algunos educadores no lo merezcan.
Hay autores que
añaden que la profesión educativa tiene unas notas de dedicación, servicio, de
incidencia personal y social, de implicación de la vida que permiten
considerarla como una “vocación”. El
concilio Vaticano II en la citada declaración sobre la “educación
cristiana”, así la considera: “es
hermosa y de suma importancia la
vocación de todos los que… desempeñan la
función de educar” (n. 5b)
Una de las notas
esenciales que caracteriza la dedicación a la enseñanza es la necesidad de
asumir un “compromiso vital” para el ejercicio de esa actividad. No es lo mismo
ser agente inmobiliario, fontanero, presentador de TV… que educador. La
educación pertenece al grupo de actividades humanas que implican a toda la
persona, no sólo su profesionalidad sino su moralidad y
espiritualidad.
Al hablar de
vocación estamos afirmando que el origen de esta acción educativa tan comprometedora nos
supera, que viene de una llamada que nos transciende. Ciertamente se elige
personalmente esa tarea pero cada vez más se percibe como una llamada interior,
como la atracción de un valor tan grande que vale la pena poner la vida a su
servicio. En definitiva, sentimos que el origen último está en Dios.
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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