Educadores responsables


Ha empezado el año escolar lleno de interrogantes, señal de graves preocupaciones. ¿Cuántos días de clase tendrán los alumnos? ¿Qué marca de calidad llevará la enseñanza? ¿Cuándo se solucionarán los conflictos magisterio – ministerio de educación? ¿Seguirán pagando los escolares las consecuencias?

Escribo hoy algunas consideraciones sobre la responsabilidad educativa. ¿Qué resonancias tiene en usted esta palabra: “responsabilidad”? Hago la pregunta porque las palabras escuchadas o leídas no llegan sólo a la inteligencia sino que despiertan también emociones, recuerdos, experiencias diversas en cada oyente o lector. 

Quizá en algunos evoca el sentido de carga, peso, agobio, que no queda más remedio que llevar pero que ni nace de dentro ni es fuente de felicidad. En este caso la responsabilidad se vive como limitación a la libertad, como si la responsabilidad impidiera el despliegue de la libertad personal. En otros, puede despertar la experiencia de satisfacción por el deber cumplido y el gozo de realizarse en coherencia con unos valores, que dan sentido a la libertad. Hasta puede ser que algunos experimentan una sensación de culpabilidad y desasosiego, porque no cumplen sus obligaciones y descuidan sus trabajos. Ellos mismos se sienten poco responsables y otras personas los han tachado de irresponsables.

Podríamos iniciar el acercamiento al concepto de responsabilidad afirmando que es la capacidad de responder a lo que debo hacer y de lo que he hecho. Si no se da tal capacidad no hay responsabilidad. Decimos que el niño, por ejemplo, no es responsable de lo sucedido pues no sabía lo que hacía. O decimos que a tal persona no se le puede encomendar una tarea porque es una irresponsable. Ahora bien, nos preguntamos: ¿en qué consiste tal capacidad?, ¿qué implica?

La conciencia del valor y de la importancia de la tarea educativa. Cuanto más dedicado y valioso es lo que tenemos entre las manos con más cuidado y mimo debemos tratarlo. Los educadores tienen entre manos lo más valioso y delicado: niños y jóvenes en proceso de formación.

Hay acciones humanas que se dirigen a la manipulación de objetos materiales: arreglar el motor de un carro, colocar los bloques de una pared, etc. Realizamos otras acciones que afectan directamente a las personas, como los consejos de un sacerdote, el diagnostico de un médico, la educación de los niños y adolescentes.

La acción educativa tiene como destinatarios a los niños y adolescentes. Y aquí está su grandeza  y su dificultad. Su grandeza, porque es una acción en favor de lo más valioso y digno, las personas, y en la etapa en que van configurando su personalidad. Su dificultad, porque las personas no son objeto que podemos manipular. Un bloque de concreto lo coloco donde me parece conveniente, entero o partido. Un educando no es un objeto en ninguna etapa de su proceso evolutivo.

Si los educadores no aprecian y valoran cordialmente su quehacer, sino cuidan y miman su tarea,  sino miden la consecuencia de su trabajo bien hecho o mal hecho, no serán educadores responsables.

Actuar responsablemente desde dentro. Nuestro comportamiento humano puede ser motivado por causas externas: la ley, la costumbre, el qué dirán, etc. Pueden brotar desde dentro, desde la convicción interior, desde los valores interiorizados, personalizados.

Un educador responsable no actúa sólo por  motivaciones externas: la norma, el control, el salario sino movido, desde la conciencia, por la grandeza de su tarea, la dignidad de los educandos, la influencia de su comportamiento en la formación de los niños y jóvenes, etc.

Apelar a esta responsabilidad educativa es orientar la educación como un ejercicio de madurez personal en los educadores y como un proceso de maduración en los educandos. Al fin y al cabo, la educación tiene como finalidad última formar personas responsables, ante sí mismas, ante los demás y ante Dios.  




+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula

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