Sí a la vida
“Sí a la vida,
no a la muerte.
El amor es más fuerte”
Así llevan clamando varios años, en sus
procesiones, marchas y manifestaciones, los fieles católicos de la parroquia
Sagrado Corazón del sector Las Palmas en
la ciudad de San Pedro Sula.
“Sí a la vida, no a la muerte.
Sí a la convivencia, no a la violencia”
Así grité, en nombre de miles de
personas, al concluir la marcha por la paz.
Cuando fui nombrado obispo, debía
elegir un lema para mi episcopado. La primera frase que me vino al pensamiento
y al corazón, como una intuición, sin prepararla, naciendo de dentro, fue “Para
que tengan vida” (Jn. 10.10). Después, buscaba otras frases más “racionalmente”
pero ninguna tenía la fuerza y viveza de la primera. Y en verdad que fue una
intuición “profética”.
La vida digna y plena del pueblo que
Dios me encomendaba ha estado en el centro de mis amores y dolores, de mis
oraciones y de mis proyectos, de mis preocupaciones y esperanzas.
A las siete semanas de mi ordenación
episcopal, el Papa Juan Pablo II
publicaba su undécima carta encíclica
“El Evangelio de la Vida”. Fue para mi una confirmación y un horizonte, un
apoyo y un estímulo. ¡Qué alegría y qué exigencia, a la vez!, leer ya en la
introducción: “el evangelio del amor de Dios al hombre, el evangelio de la
dignidad de la persona, el evangelio de la vida son un único e indivisible
evangelio” (n. 2).
Me parece que la raíz común de los
males más graves de Honduras: empobrecimiento, violencia y corrupción, se halla
en la pérdida del valor sagrado de la vida humana. Cuando se reconoce esta
dignidad, la vida es valorada, respetada, cuidada y promovida por cada uno y
por las instituciones eclesiales y sociales.
Cuando, explicita o implícitamente, no
se reconoce su dignidad sagrada, la persona es tratada como medio de
producción, objeto de compraventa y explotada en aras del desarrollo de unos
pocos. No se respetan los derechos ni se cumple responsablemente con lo deberes
sino que se vende la conciencia por dinero y posición social. La persona no
cuenta y es eliminada violentamente por las razones más insignificantes.
Los discípulos y misioneros de
Jesucristo estamos llamados a reconocer y anunciar el valor sagrado de la vida
humana y a defender y promover “el
derecho de cada ser humano a ver
respetado totalmente este bien
primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la
convivencia humana y la misma comunidad política” (El Evangelio de la vida. N.
2)
+
Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo
de San Pedro Sula
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