Conocer a Jesús es nuestro gozo
El cristianismo
es un “evangelio”, es decir una buena noticia para la humanidad y, por tanto,
causa de profunda alegría. Es cierto que no podemos cerrar los ojos a la
realidad de sufrimiento o injusticia. Es cierto que anunciamos al Crucificado,
“al varón de dolores”. Pero de aquí no podemos deducir que el creyente
cristiano es una persona sin alegría en su vida o que cristianismo y alegría
son realidades reñidas entre sí.
El encuentro con Jesucristo, causa de alegría
Los evangelios
sinópticos son la narración del encuentro de Jesucristo con las muchedumbres,
con los discípulos, con diversos grupos sociales y religiosos, con personas
particulares, en situación de sufrimiento, búsqueda y esperanza. El encuentro
con Jesucristo es causa de profunda e inmensa alegría para quienes lo buscan y
lo acogen con sencillo y creyente corazón.
La concepción y
nacimiento de Jesús es un acontecimiento que hace correr, saltar y cantar de
alegría. María, a quien el Ángel ha invitado a la alegría (Lc. 1, 28) se pone
en camino, presurosa, para visitar a Isabel. El encuentro hace saltar de
alegría a Juan en el seno de su madre. Ésta, llena del Espíritu Santo, bendice
a María a grandes voces. A su vez, María canta con humildad y regocijo al Dios
misericordioso que ha hecho cosas grandes en ella (Lc. 1, 39-55). El nacimiento
de Jesús es motivo de alegría y alabanza para los ángeles, para los pastores y
para todo el pueblo (Lc. 2, 10-14).
A la edad de
unos treinta años, Jesús deja Nazaret y, lleno de la fuerza del Espíritu Santo,
recorre las aldeas, pueblos y ciudades de Galilea anunciando la buena nueva del
Reino de Dios, curando las enfermedades y dolencias del pueblo y proclamando dichosos, felices a los pobres,
a los humildes, a los misericordiosos, a los que construyen la paz. Su fama se
extiende por toda la comarca y la gente se hace lenguas de Él porque su
presencia y su paso traen alegría a los tristes, alivio a los agobiados, curación a los enfermos,
esperanza a los decaídos, perdón a los pecadores. Conocer a Jesús fue lo mejor que pudo ocurrir a Pedro, a
Andrés y a los doce, al criado del centurión, al paralítico, a la hemorroisa,
al ciego de Jericó, a la mujer cananea, a la samaritana…
Jesús, que pasó
haciendo el bien a todos y sirviendo a la vida, termina entregando su vida en
la cruz como signo de amor extremo. Pero los discípulos no entendieron el
lenguaje de la cruz y en vez de
“alegrarse de que Jesús vaya al Padre”
(Jn. 14, 28) se llenan de tristeza, confusión y decepción. Sólo la
experiencia de Jesús resucitado les devuelve una alegría colmada y contagiosa. El Señor les abrió la inteligencia para un nuevo y más profundo conocimiento de su
persona como el “si” del Padre a sus promesas.
La alegría de ser hoy discípulos de Jesucristo
El documento de
Aparecida es un testimonio del gozo de la fe vivida, confesada y anunciada y es
una invitación a los discípulos
misioneros del continente latinoamericano para que vivan un cristianismo
convencido, gozoso, radiante y esperanzado. Los pueblos de América Latina y de
El Caribe viven hoy una realidad marcada
por cambios profundos, rápidos,
complejos y globales (DA. 33-35).
¿Qué hacer? La Iglesia “no puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas”. “Se trata,
más bien, de confirmar, renovar y
revitalizar la novedad del Evangelio arraigado en nuestra historia, desde un
encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos
misioneros” (DA. 11).
Si en tiempos de
“posesiones pacíficas” de las doctrinas
y prácticas católicas dábamos por supuestos los fundamentos de la fe, hoy ya
no. Hoy no podemos “irnos por las ramas”, reducir la fe
a costumbre cultural, a repetición de lo aprendido, etc., sino que “a
todos nos toca recomenzar desde Cristo”
(DA. 12 y 243). La esencia del cristianismo es Jesucristo mismo y la identidad
del cristiano viene dada por el encuentro personal, en la fe y en el amor, con
Jesucristo (Cfr. DA. 243-244). Sólo en
el encuentro vivo y dinámico se conoce a Jesucristo, no desde fuera de la
relación interpersonal con Él. A las personas se las conoce en el trato.
Y a quienes
viven hoy esta relación de conocimiento, amor e imitación de Jesucristo les
ocurre lo mismo que a aquellos discípulos primeros que escucharon el llamado de
Jesús, lo mismo que a los pobres, sencillos, humildes que experimentaron la
compasión de Jesús. Se llenan de inmensa alegría.
La fe en Jesús
el Señor no es una carga sino una liberación. El seguimiento de su persona no es una obligación sino un
privilegio. La imitación de su vida no
es una norma impuesta sino un don del
Espíritu. Conocer a Jesucristo no es algo secundario en nuestra vida sino lo
más hermoso, importante y decisivo que nos ha podido ocurrir. (Cfr. DA. 17-18;
28-29)
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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