Dense a tener grandes deseos



Al empezar el nuevo año, las personas nos deseamos paz, prosperidad, bendiciones de Dios, éxito en nuestros trabajos y proyectos. Los hombres y mujeres de fe expresamos a Dios nuestros deseos de ser mejores, de trabajar por la justicia y la conciencia armoniosa, de ser responsables y honestos en el trabajo y cuidar las relaciones familiares. Hasta las instituciones formulan sus metas y objetivos.

¿Qué pensar de esta práctica? ¿Sirven para algo estos buenos deseos? ¿Es una forma de auto engaño o un dinamismo de crecimiento? Tuve un compañero muy realista decía él, muy pesimista decía yo, que afirmaba: “para no desilusionarse, lo mejor es no ilusionarse”. En este caso uno mismo escribe  de antemano la sentencia: “muerto por suicidio espiritual”.

Yo me apunto al sentir de Santa Teresa de Jesús que decía a sus monjas: “dense a tener grandes deseos”. “Dios quiere ánimas animosas”, no opacadas y alicaídas. Quien nada desea, nada alcanza. Quien mucho desea algo puede lograr.

Quizá alguno me rearguya con el  refranero: “de buenos deseos está el infierno lleno”. Pero yo distingo entre el “sucedáneo del deseo” y el “verdadero deseo”. Hay deseos que son “un desearía, me gustaría que…”. Pero en el fondo no lo deseo, no lo quiero. Los buenos y verdaderos deseos  son “una determinada determinación” en frase, otra vez de Santa Teresa. El diccionario lo define como “un movimiento enérgico de la voluntad”. Por tanto es bueno tener deseos hondos, sinceros, ardientes de aquello que es bueno, noble, justo. Ellos son el motor de la acción. Sin ellos, nada se hace.

Pero, “del deseo al hecho hay un trecho”, el trecho de la acción continuada y perseverante  para alcanzar lo que ya está en la voluntad. Y aquí es donde  entra la prueba del deseo. En la ejecución es donde se encuentran las dificultades, las resistencias, los cansancios. En el trabajo de cada día advertimos que no basta querer algo bueno y valioso para lograrlo de una manera fácil e inmediata. Para todo lo importante se requiere tiempo. Nada plenamente humano se logra sino es venciendo las voces del desánimo y las dudas sobre el resultado del esfuerzo, atraídos por los valores deseados como por una luz que nos mantiene lúcidos y animosos.

En este crisol de la realidad, los buenos deseos van siendo purificados, aquilatados, fortalecidos y arraigados y se va logrando una  feliz y sabia síntesis de deseo y realismo, sin caer en ninguna de estas dos tentaciones: la pérdida de los buenos deseos bajo argumento de realismo o la evasión en bellos deseos por miedo a la realidad.

Frente a tanta rutina gris, a tanta justificación de la realidad social tal como está configurada, ante los que enterraron las utopías  e invitan a un craso realismo es preciso desear ardientemente y esperar activamente el crecimiento del amor y de la solidaridad, de la verdad y de la transparencia, de la justicia social y de la participación de los pobres en el desarrollo, de la armonía familiar y de la convivencia vecinal… Y afirmo  esto desde “el espesor de la realidad”. No soy un adolescente soñador. Tengo 64 años. Y no estoy en las nubes sino en las “honduras”.

Aún tengo grabada la escena en mi memoria visual y cordial. La pastoral penitenciaria católica había organizado un evento religioso y cultura en el centro penal de San Pedro Sula. Unos presos habían extendido una gran manta (pancarta) en la que se leía: “SE PUEDE”. Se puede  cambiar, se puede ser otro, se puede ser libre, se puede vivir en amor y justicia,… “SE PUEDE”.


+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula

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