Una vida unificada o dispersa
Les ofrezco hoy
unas reflexiones sobre el nivel psico-espiritual desde el que vivimos la vida cotidiana, pues
considero que pueden servirnos de orientación a la hora de plantearnos nuestras
tareas al comienzo del año.
Podemos vivir a
un nivel que voy a calificar de “dispersión”. Vivir disperso es vivir
desparramado y en todos los sentidos. Falta un yo que unifique. Se vive muy
apegado al tener cosas, actividades, ideas.
Tener o ser es
el dilema de un conocido libro de Erich Froom. Ser frente a tener es la
formulación de una necesidad hondamente sentida. Y sin embargo, no son
dimensiones opuestas sino subordinadas.
Pero ocurre con frecuencia que se subordinada el ser al tener; entonces se vive
fuera de si mismo, disperso en las cosas
que nos reclaman. Se han invertido los términos. Ya no es el yo original y
verdadero quien es “señor” de las cosas y establece una relación de uso para su
desarrollo integral y el desarrollo
solidario de los demás sino que las cosas se enseñorean de él, manteniéndolo en la periferia de sí
mismo, esclavo de la avaricia y del
consumismo.
También podemos
vivir dispersos por la pereza, comodidad y apatía en relación con las obligaciones derivadas de
nuestra vocación y profesión. Un talante vital de apatía es signo de que falta
ese poder central y unificador de la voluntad, o de que está muy amortiguado.
Entonces, vivimos desparramados en la flojedad y en la inconsistencia, como
personas amorfas. Es posible que no se de en nosotros una actitud global de
apatía pero puede darse en determinadas áreas de la vida. Así, podemos ser muy
diligentes en acciones de organización y ser víctimas de la pereza en el campo de
la interiorización. O ser activos en el
campo de lo que no nos cuesta sino que nos agrada y ser reticentes en el
momento que algo supone un esfuerzo
serio, una perseverancia costosa, una fidelidad probada.
Por contraste,
la dispersión puede darse en acciones que en sí son buenas, que debemos realizar pues están en la
línea de nuestra misión. Aquí el mal no está tanto en lo que hacemos sino en
cómo lo hacemos. Me estoy refiriendo a lo que podemos llamar “activismo”,
porque se trata de una actividad desbordante, desconectada, más o menos, de sus
raíces vitales.
La actividad,
realizada como dispersión, es una evasión de la interioridad personal por parte
de quien es incapaz de quedarse a solas consigo mismo y con Dios. En vez de ser
una abundancia que mana de lo más hondo de si mismo es una agitación para no
entrar dentro de su corazón.
El “activismo”
cree desarrollar todas las capacidades dinámicas de la persona y
ocurre que está olvidando algunas muy importantes y deformando las que realiza.
Cuando encontramos una persona que vive
su acción desde su ser más profundo, enseguida advertimos su unificación de vida, y cómo a mayor unificación interior
mayor abundancia de obras y, sobre todo, de buenas y cualificadas obras.
Podemos preguntarnos: ¿En qué medida me expreso y construyo en mis múltiples y
diversas ocupaciones?
Estas tres
formas de dispersión conllevan un desconocimiento u olvido de la línea
fundamental que sostiene y unifica a la persona. A nivel psicológico, cuanto
más infantil es el yo está más desperdigado en los objetos y menos presente en
sí mismo. A nivel integral llamo vocación a la realidad que fundamenta, realiza
y da sentido a cada acción, a cada etapa y a la totalidad de una vida. La
dispersión será proporcional al olvido de la propia vocación, a la negligencia
en orientar cada jornada en la línea de
los valores que dan sentido a la vida.
Son muchas las
tentaciones y ofertas a la “diversión”, a la dispersión a vanalizar o
relativizar el carácter incondicional de la vocación personal. Es preciso
reafirmar la propia identidad para desde ella recibir, asimilar y actuar.
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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