Discípulos misioneros en comunión


Aunque han pasado diez días desde el “Encuentro Diocesano” de la Diócesis de San Pedro Sula, aún resuena en mis oídos las palabras de su lema “Discípulos misioneros en comunión”; aún perduran las imágenes de la Eucaristía, Cuerpo de Cristo, celebrada, expuesta y llevada en procesión, como luz de comunión en la noche de divisiones y violencias; aún emergen los rostros de las personas provenientes de las diversas parroquias.

El conjunto del encuentro en sí mismo fue ya una enseñanza: una experiencia y una escuela de comunión.  Y una enseñanza muy pedagógica ya que entraba por los ojos, por los oídos, por el contacto, por el corazón.  Con el deseo de profundizar esta enseñanza quiero compartir con los lectores de estas páginas algunas reflexiones sobre la comunión de los discípulos misioneros.

A mi parecer, dos son las dimensiones que hemos de tener en cuenta: la espiritualidad de la comunión y los organismos de comunión. Los organismos sin la espiritualidad serían cuerpo sin alma, estructura disecada.  Pero la espiritualidad sin la encarnación de los organismos corre el peligro de quedarse en vanos deseos o sentimentalismo subjetivo.

Espiritualidad de comunión significa, ante todo “una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros y cuya luz ha de ser también reconocida en el rostro de los hermanos” (Juan Pablo II, Rema mar adentro, 43).  A esta luz nos vemos hijos e hijas del Padre y hermanos y hermanas en Jesucristo y nos sentimos llevados, desde dentro por el dinamismo del Espíritu, a unas relaciones nuevas.  Relaciones tejidas de aprecio y estima, acogida y donación, compasión y ternura, perdón y humildad, comprensión y servicio, paciencia y colaboración.

Estamos llamados a tener unos con otros los sentimientos de Cristo Jesús (Fil. 2,5), a seguir el camino del amor a ejemplo de Jesús que nos amó y se entregó por nosotros (Ef. 5,2), a reflejar la compasión del Padre que es bueno con los ingratos y pecadores y hace salir el sol sobre malos y buenos (Mt. 5,45; Lc. 6, 35-36), a producir los frutos del Espíritu como son: la caridad, la paz, la generosidad, la bondad, la mansedumbre y el dominio de sí mismo (Gal. 5, 22-23).

Esta vivencia de la comunión es la que da origen a la comunidad de discípulos misioneros.  Y en la comunidad es donde se ponen en práctica los comportamientos que expresan y acrecientan la comunión.  Esta comunidad cristiana se realiza a manera de círculos concéntricos en la comunidad eclesial de base o pequeña comunidad, en la parroquia, comunidad de comunidades, y en la diócesis, realización concreta y total de la Iglesia universal en un determinado lugar y tiempo.  La comunidad es el organismo o estructura fundamental de la comunión.

La vida de la comunidad es como una red, un entretejido de relaciones personales en el amor y de colaboración mutua en las actividades.  Las parroquias y las diócesis cuentan con algunos organismos que estructuran estas relaciones y están al servicio de la comunión.  Deseo llamar la atención brevemente sobre los consejos y las comisiones pastorales.

Los consejos pastorales, de la parroquia y de las diócesis, formados por representantes de las diversas vocaciones, comunidades y pastorales son organismos de comunión, es decir, de encuentro, diálogo, orientación y cooperación en torno a la vida y misión de la Parroquia ó de la Diócesis. Expresan la comunión y acrecientan la comunión.

Las comisiones organizan y coordinan, a diversos niveles, los servicios y ministerios que se dan en la parroquia y en la diócesis. Así tenemos la comisión de catequesis, de liturgia, de familia, etc.  Están al servicio de la comunión en la acción pastoral.

Ciertamente que, a veces, cuesta estar metidos en toda esta dinámica de la comunión, pero el gozo es grande cuando saben unirse la espiritualidad y la organización: espiritualidad de la comunión orgánica y organización comunitaria con espíritu.





+  Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula

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