“Tratar de amistad”
Compartía con
ustedes mi convicción y mi experiencia de que la oración brota de la fe como el
agua viva del manantial y que la oración no es una obligación sino una
“gozada”, un privilegio, la fe respirando a pleno pulmón. Y les prometía seguir
platicando sobre esta realidad esencial de la vida cristiana.
Comunión de vida.
Sigamos tomando
como punto de partida la experiencia humana de la relación personal. La fe
humana, la confianza mutua entre las personas crea una comunión de vida:
comunión de pensamientos, sentimientos,
voluntades: una comunión de personas.
De manera
semejante, quien cree en Jesucristo vive en comunión de vida con Él. El Nuevo
Testamento explica esta realidad con diversas comparaciones. San Juan nos dirá
que Jesús es la vid verdadera y nosotros sus sarmientos. Unidos a Él tenemos
su vida y producimos mucho fruto.
Separados de Él somos sarmientos secos (Cfr.
Jn. 15, 1-6). San Pablo emplea un rico y abundante vocabulario. Por el
bautismo hemos muerto con Cristo y resucitado con Él. Hemos quedado injertados
en una vida como la suya (Rom. 6, 1-11), para formar un cuerpo, el cuerpo de
Cristo, del cual somos miembros (1 Cor. 12, 12-27), de manera que podemos
decir: “ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal. 2, 20).
“Estar con el Señor”
Ahora bien, la
comunión de vida no es sólo “hacer algo por el otro” sino también, y muy
especialmente, “estar con el otro”, “estar con” aquel a quien amamos. Pensemos
en el marido que trabaja y trabaja tanto
por la mujer y los hijos que no tiene tiempo
para “estar con ellos”. Ante las quejas que le presentan responde: “pero
si lo hago por ustedes, porque los quiero”. “Si nos amas de verdad, estate más
tiempo con nosotros”, responde la esposa y corean los hijos.
La oración es tiempo
de “estar con Dios”, en intimidad, en comunión amorosa conscientemente vivida,
en gratuidad. “Estar con el Señor” por
Él mismo, no en función de otra cosa, amándole y sabiéndonos amados, escuchando
y hablando.
Santa Teresa de
Jesús, la gran orante y maestra de oración, nos dice que la oración, a su
parecer, no es otra cosa que tratar de amistad estando muchas veces a solas con
quien sabemos nos ama.
Escucha y palabra.
Al estar con el
Señor, en comunión amistosa de vida, le escuchamos y le hablamos. Lo primero es
escucharle. A Dios que nos dirige su
Palabra respondemos con la escucha de su Palabra. Orar es escuchar a Dios. Es
importante no hacernos el sordo o tapar, con nuestra palabrería, lo que Dios
quiere decirnos. Y Dios nos habla en la Sagrada Escritura, según la
interpretación eclesial, en la resonancia de esa Palabra en nuestro interior.
Nos habla en los hermanos y en los pobres, en los acontecimientos de nuestra
vida y de la vida de los demás, que ya no son ajenos porque Cristo nos ha hecho
prójimos (próximos).
En la oración,
en ese clima de amistad trasparente y cordial, le decimos a Dios nuestra
palabra de agradecimiento, dolor, súplica, arrepentimiento. Presentamos nuestra
vida al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. No es necesario hablar mucho,
amontonar palabras. Ni tampoco se trata de buscar un lenguaje erudito o
elegante. La oración no está en el bien hablar sino en el mucho amar.
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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