Ejercicios con San Pablo
“Para estar en
forma” es preciso hacer ejercicio. Hay ejercicios físicos, mentales y también espirituales.
Yo he estado practicando los llamados tradicionalmente “ejercicios
espirituales” en la casa de espiritualidad “Monte Horeb”, con un grupo de 32 sacerdotes de la diócesis.
También los
sacerdotes necesitamos estar en plena
forma espiritual para ejercer nuestro ministerio al modo y manera de
Jesucristo, el Buen Pastor. No quiero decir con esto que nuestras
preocupaciones y ocupaciones diarias, nuestra solicitud y trabajos por los
fieles no sean ya un buen ejercicio espiritual. Lo son. Más aún, la vida
espiritual del sacerdote se expresa y se
alimenta, se realiza y consolida en el mismo ejercicio del ministerio.
Pero nuestra
vida, para que sea armónica y feliz, volcada en la acción y arraigada en la
interioridad, necesita tiempos de recogimiento, de sosiego, de oración intensa
y prolongada. Nuestra agenda, por más repleta que esté de compromisos, debe
dejar espacios para el retiro al interior de uno mismo, para el discernimiento
y la evaluación de lo que hacemos y de cómo lo hacemos.
Jesús mismo nos
da ejemplo de este equilibrio psicológico y espiritual. Antes de empezar su
ministerio evangelizador se retiró al desierto
(Lc. 4, 1-2). Al enterarse del asesinato de Juan Bautista, “se retiró en
una barca a un lugar tranquilo para
estar a solas” (Mt. 14, 13). Después de un buen día de intensa actividad, “muy
de madrugada, antes del amanecer, se levantó, salió y se fue a un lugar
solitario y allí se puso a orar” (Mc. 1, 35). Quiere estar a solas con sus
apóstoles para descansar y para que le “cuenten todo lo que han hecho y
enseñado” cuando los envió de dos en dos por los pueblos y aldeas (Cfr. Mc. 6,
30-31).
Nos ha dirigido
los “ejercicios espirituales” el P. Pedro Jaramillo, un sacerdote de la
diócesis de Ciudad Real (España), quién
a sus 65 años ha dejado casa, patria y cultura y se ha venido de misionero a
Guatemala. Había sido profesor de Biblia (es doctor en teología bíblica) en el
seminario, y al mismo tiempo vicario de pastoral de su diócesis. Fue secretario
general de Caritas Española y colaborador de Caritas Internacional. ¿Y dónde
piensan que está ahora? ¿En una de las mejores parroquias de Guatemala ciudad?
No. Está donde casi nadie quiere ir, en una parroquia marginal, declarada “zona
roja” por su peligrosidad, él solo como sacerdote para 100,000 habitantes.
¡Esto es ser misionero!
Y ha sido un
retiro “con San Pablo”. Así se lo pedimos al P. Pedro, por ser el año paulino,
y así nos lo ha dirigido, con la calidad doctrinal de un especialista en
Sagrada Escritura y con la pedagogía práctica, variada y rica, de un buen sacerdote. En verdad que nos ha metido de
lleno en la experiencia profunda y
apasionada de Jesucristo que vivió el Apóstol. Ha renovado nuestra conciencia
vocacional al contacto con la convicción que San Pablo tenía de su elección y llamada para ser
apóstol, mensajero, colaborar y siervo del Evangelio de Jesucristo.
Ha reavivado en
nosotros el ardor de la caridad pastoral hasta poder decir con Pablo: “el amor
de Cristo nos apremia” (2 Cor. 5, 14). Nos ha dado fuerzas para abrazarnos a la
cruz en el ministerio apostólico de manera
que podamos decir con el mismo Apóstol: “lejos de mi gloriarme sino es en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo”
(Gal. 6, 14).
En fin, han sido
unos días de gracia con San Pablo, a través de sus cartas, bajo la dirección
visible del P. Pedro y la animación interior
del Espíritu Santo, en la fraternidad sacerdotal de los 32 ejercitantes.
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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