Jornada misionera mundial


El domingo, día 19, celebramos la Jornada Mundial de las Misiones (Domund). Al igual que otros tipos de “jornadas”, también ésta pretende recordar y renovar una dimensión de la vida cristiana que debe vivirse todos los días. La “Jornada misionera” invita a todos los católicos a tomar conciencia, con lucidez y con ardor, de su condición de “discípulos misioneros”, a renovar la “pasión” por el anuncio y el testimonio del Evangelio de Jesucristo y a dilatar su corazón y sus horizontes a la medida de la catolicidad (universalidad) de la Iglesia.

Para mi fue una jornada intensa. Participé durante toda la mañana en la asamblea parroquial de Ntra. Sra. de Suyapa (sector López Arellano de Choloma) y pude conocer el trabajo que están realizando estos meses: una “santa misión” como la del 2006 para que la parroquia se ponga en “estado permanente de misión”.

A media tarde celebré la Eucaristía con un  grupo de 300 fieles que la Legión de María había congregado para contemplar,  vivir y anunciar el misterio de la persona de Jesucristo, con María, misterio desglosado en las veinte escenas de los misterios del rosario.

Por la noche celebré la Eucaristía y confirmé a un grupo de jóvenes en la parroquia Ntra. Sra. de Guadalupe de San Pedro Sula. La confirmación es el sacramento del Espíritu Santo que consagra y capacita al cristiano para la misión. Es el fuego ardoroso  y el viento dinámico de Pentecostés  que lanza al creyente  en Jesús  Resucitado a la plaza pública de la vida.

Celebrar, anunciar, compartir esta vida nueva en Jesucristo me trajo a la memoria la experiencia  y las enseñanzas de Aparecida sobre la Iglesia misionera, enseñanzas que llevo tiempo reflexionando, asimilando y comunicando. Me gustaría apuntar, sólo apuntar, unas sugerencias sobre  diversas formas de comprender y vivir la misión.

La misión como anuncio (DA. 348)

La Iglesia, obediente al mandato de Jesús (Mc. 16, 15), anuncia, de manera autorizada e interpelante, a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la Palabra y la Vida, que vino al mundo a manifestar el inmenso amor del Padre, que quiere que seamos hijos suyos.

“Ser misionero es ser anunciador de Jesucristo, con creatividad y audacia, en todos los lugares donde el Evangelio no ha sido suficientemente anunciado o acogido, en especial, en los ambientes difíciles y olvidados y más allá de nuestras fronteras” (Mensaje final de Aparecida).

Este es nuestro encargo y nuestro gozo: anunciar a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

La misión como donación (DA. 360)

En la lógica de Jesús, la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y comodidad. Él no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida para que todo el que crea en Él  tenga vida plena. De la misma manera, sus discípulos son llamados a dejar el campo del “egocentrismo” y ponerse en el camino de la donación y la entrega. En la medida en que  se dan ellos mismos, dan vida en Jesucristo a los demás. Eso en definitiva es la misión.

La misión como atracción (DA. 159)

La Iglesia, en cuanto comunidad de los discípulos en Jesucristo, está llamada a reflejar  el amor de Dios. La señal de la autenticidad del discipulado la encontrarán todos en el amor que se tengan unos a otros (Jn. 13, 35).

La irradiación de la luz se convierte en atracción hacia la luz. De la misma manera, la Iglesia no crece por proselitismo que se impone y coacciona  moralmente sino “por atracción”, como Jesucristo. Y la Iglesia atrae cuando vive en comunión. La vida fraterna de las comunidades  cristianas, encarnadas en sus ambientes, es un poderoso imán.




+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula

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