Violencia Juvenil



Del 22 al 26  de septiembre tuvo lugar en el Centro “Las Tres Rosas” (Valle de Ángeles) un “seminario taller” de representantes de las pastorales sociales y Caritas de Centroamérica para estudiar el fenómeno de la violencia juvenil en el área y abrirse a los desafíos pastorales que plantea.

Al término de la reunión publicaron una “declaración pastoral”, de la que apenas se han hecho eco los medios de comunicación, yo me hice presente la primera mañana del encuentro y di la bienvenida a los participantes en nombre  de la Conferencia Episcopal, ya que se reunían en Honduras. Quiero hacer llegar a mis lectores algunas reflexiones y compromisos de la “declaración pastoral” como una forma de contribuir a la sensibilización sobre las causas de este problema y a la búsqueda y puesta en práctica de las más humanistas y eficaces soluciones.

Los participantes en el encuentro nos comparten  la manera como ellos se acercan  a esta realidad de la violencia provocada o sufrida por los jóvenes. “Ha sido una mirada propia de los discípulos misioneros. Por lo tanto, una mirada creyente y solidaria con estos jóvenes y con tantas personas que han sufrido y sufren la acción violenta en la que ellos están encadenados”. Sólo una mirada así lleva a buscar formas  de prevención, ayuda, liberación y reinserción. Lo más común está siendo la tendencia a demonizar a las maras y tildar de monstros a sus miembros, sin más distinción ni análisis  de las causas.

La declaración nos invita a buscar las causas y a “entender los factores sociales, económicos, políticos y culturales que pueden estar a la base del nacimiento y de la expansión de las pandillas”. Pero como se trata de personas, también debemos esforzarnos por  comprender mejor las causas psicológicas, los factores personales, individuales, que hacen a unos vulnerables o más resistentes que a otros frente a las condiciones adversas, a las situaciones de riesgo.

Los participantes en el taller reconocen con dolor que las políticas de ““mano dura”, “ley antimaras”, “cero tolerancia” y otras en la región, decididamente represivas, no han logrado acabar con el pandillerismo y no han hecho más que profundizar el problema”.

Por eso, han compartido y analizado “experiencias exitosas tanto en el trabajo preventivo, como de atención a jóvenes pandilleros, incluidos los que se encuentran privados de libertad en nuestros inhumanos sistemas penitenciarios”. Los logros alcanzados los llevan a renovar la esperanza y a proponerse para ellos mismos y para nuestras iglesias algunos compromisos:
·        Propiciar una pastoral de acercamiento, escucha y acompañamiento a niños, adolescentes y jóvenes en situaciones de riesgo y participantes ya en pandillas.
·        Trabajar en los ámbitos de la prevención, la atención directa  y la re-inclusión.
·        Fortalecer la pastoral familiar para que sea un espacio de realización humana de los niños y niñas.
·        Coordinar con otros actores  sociales e incidir en los Estados para la aprobación de políticas públicas que favorezcan el desarrollo integral de las personas menores de edad, especialmente de los más pobres.

La Pastoral Social de nuestras Iglesias locales, llamada a hacerse presente en las nuevas realidades de exclusión y marginación, tiene aquí una urgente tarea.




+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula

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