Las comunidades eclesiales de base, lugar de comunión y de misión



Con motivo del “encuentro diocesano”,  escribí el martes sobre la espiritualidad y los organismos de comunión en la diócesis y parroquias. Hoy prolongo mi reflexión sobre comunión de vida en las pequeñas comunidades eclesiales de base. Y lo hago a la luz de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada  en Aparecida (Brasil).

El documento de Aparecida afirma rotundamente que “la  vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión” (DA 156). Esta es la eclesiología que emerge esplendorosa  del Concilio Vaticano II y que el Papa Juan Pablo II nos propone como programática. “Hacer  de la Iglesia la casa y la escuela de comunión: este es el gran desafío que tenemos  ante nosotros en el  nuevo milenio” (NMI. 43).

La comunión se refiere directamente a las personas,  no a la simple pertenencia a una institución. E implica unas determinadas relaciones que expresan e  incrementan la comunión. Tanto los Evangelios como las  cartas apostólicas están llenas de invitaciones a esas  relaciones personales de comunión. Ahora bien, esas relaciones se viven con los cercanos, con aquellos con quienes convivimos, con los que  forman parte de la comunidad, con los hermanos concretos de carne y hueso, aquí y ahora.

¿No son precisamente esto las comunidades eclesiales de base o “comunidades eclesiales” como las llamamos en la diócesis? Pequeños grupos de personas, relativamente homogéneos,  donde se dan unas relaciones personales cercanas  de conocimiento, de amor y de ayuda, motivadas e inspiradas en el amor de  Jesús, reflejo del amor del Padre.

Con razón Aparecida afirma que “Medellín reconoció en ellas una célula inicial de estructuración eclesial y foco de fe y evangelización” (DA 178). “La vivencia de la comunión a la que ha sido  llamado, debe encontrarla el cristiano en su “comunidad de  base”: es decir, una comunidad local o ambiental, que corresponda a la realidad de un grupo homogéneo  y que tenga una dimensión tal que permita el trato personal  fraterno entre sus miembros… La comunidad cristiana de base es así el primero y fundamental núcleo eclesial… Ella es, pues, célula inicial de estructuración eclesial” (DM. D. 15, 10). Así “recogen la  experiencia de las primeras comunidades, como están descritas en los Hechos de los Apóstoles (Cfr. Hch. 2, 42-47)” (DA 178).

Las comunidades eclesiales son también sujeto y termino de la misión. Ellas “despliegan su compromiso evangelizador y misionero entre más sencillos y alejados…Son fuente y semilla de variados servicios y  ministerio a favor de la vida en la sociedad y en la Iglesia” (DA 179).

En los planteamientos teológicos y pastorales de la misión, en el lanzamiento que hace Aparecida de  una Iglesia misionera, el sujeto de la misión es la comunidad eclesial y, en concreto, la comunidad  eclesial de base, por ser comunidad de relaciones personales cercanas y por ser comunidad “de base”, del pueblo y con el pueblo.

Esta es la experiencia que tenemos quienes en los últimos años hemos animado las llamadas “misiones populares renovadas”. Los mejores agentes de una parroquia o diócesis en estado  de misión son los fieles que ya viven  dinámicamente en comunidades. Las comunidades evangelizadas y en proceso de renovación constante se convierte en comunidades evangelizadoras (EN 13, 15).

Pero además la “misión”, como clave de la renovada pastoral, suscita muchas comunidades eclesiales de base. La finalidad de la evangelización no es “la conversión individual” sino la conversión a Jesucristo y la incorporación a la comunidad de discípulos misioneros. La experiencia me confirma estos resultados.



+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula

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