“Dime con quién andas y te diré quién eres”


Continúo mi “comunicación” con los jóvenes, en este mes a ellos dedicado, en torno al tema de la personalización de los valores. Destaco la influencia positiva o negativa que tiene el  ambiente en el conocimiento y asimilación de los valores.

La responsabilidad del joven en su proceso de personalización, no excluye otras responsabilidades, aunque las sitúa en su perspectiva adecuada. La personalización, la formación personal incluye la mediación de otras personas. El “yo” se hace tal en relación con los otros presentes y en relación con la tradición dejada por los antepasados. Cada uno somos único e irrepetible, novedad original, pero el mundo no empieza con nosotros, formamos parte de una historia que nos precede, un legado de tradiciones: saberes, sentires, palabras, instrumentos. Formamos parte de una red de relaciones entre personas, red que forma la  familia, las instituciones educativas, las instituciones económicas, sociales, etc. No nos hacemos solos, no nos bien logramos por nosotros mismos únicamente. Somos autonomía y relación.

Podríamos decir que somos como un motor de sacar agua. El  motor trabaja y si se apaga no sacamos agua. Pero si trabaja sin agua, en el vacío, se quema. Nuestro yo trabaja en su personalización pero no en el vacío, sólo,  sin nadie ni nada más; trabaja con todo lo dado por las personas pasadas y presentes. En este proceso de personalización  de valores participan todos  los que constituyen el entorno  del joven: personas, instituciones, situaciones, sociedad.

Y este entorno, contexto o situación que envuelve al joven le facilita o le dificulta la vivencia de los valores. El entorno no es neutral, sino que ejerce una influencia muy importante. El ambiente que nos rodea no nos determina absoluta y necesariamente pero ejerce una fuerza muy decisiva. Todos sabemos por experiencia lo que cuesta ir contracorriente, no dejarse llevar por los gustos y opiniones, modas, criterios, ambientes.

Aquí radica la importancia que tiene el crear ambientes, entornos, situaciones, contextos sociales que humanicen, que estimulen a vivir unos valores que ayuden a la personalización, a la maduración. Aquí radica la responsabilidad de los comportamientos personales, grupales, institucionales en cuanto  creadores de una situación determinada positiva o negativa, justa o injusta, egoísta o solidaria.

Entre los que configuran este entorno educativo, formativo de los jóvenes  podemos distinguir: aquellas instituciones que tienen un carácter más personal, inmediato, más responsable y que son la familia y la escuela; y aquellas influencias sociales anónimas, masivas, que llegan a través de la música, la calle, los MCS. Los poderes anónimos que no se responsabilizan por los contenidos transmitidos  ni de las consecuencias resultantes. Ante ellos nos sentimos indefensos sin saber qué hacer o a quién dirigirnos.

Surge entonces la tentación: “no se puede hacer nada”. “No puede cambiar nada”. “Así  ha sido y será”. Es cierto que ante poderes impersonales y anónimos nos sentimos impotentes y que ante cambios profundos y extensos nos podemos abatir. Pero es preciso mantener la esperanza y hacer juntos lo posible. No estamos absolutamente condicionados, una realidad distinta y mejor es posible. Es bueno soñar y desear “un celo nuevo y una tierra nueva” y poner alma vida y  corazón en cada pequeña o grande acción que realicemos.

Es cierto que la libertad responsable es una libertad situada con un determinado contexto que limita, favorece o desfavorece. Pero se da una relación dialéctica entre los jóvenes y la situación: la  situación los influye pero los jóvenes también puede influir en ella. No son mera pasividad ante el influjo de los estímulos. Sino receptividad activa y crítica y acción transformadora. Tienen las raíces en la tierra: en su herencia, historia y cultura pero están abiertos a lo absoluto y a la novedad. Por eso pueden influir en las situaciones, pueden y deben crear ambientes familiares, educativos, recreativos, sociales que favorezcan una constelación de valores que tengan como inspiración, fundamento y término a Jesucristo, la imagen perfecta de lo que están llamados a ser.





+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula

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