San Antonio de Padua, evangelizador
San Antonio de
Padua, al ser bautizado recibió el
nombre de Fernando. Cuando profesó en la Orden de Hermanos Menores
(Franciscanos) se puso el nombre de
Antonio. Nació en Lisboa (Portugal) y
murió en Padua (Italia). Ha pasado a la
historia con el nombre de “Antonio de Padua” y el calificativo más importante: “Santo”.
Corta fue la
vida, 40 años. Pero llena de virtudes. Cuando murió los niños de Padua gritaban:
¡Ha muerto el santo! ¡Ha muerto San
Antonio!
La devoción a
San Antonio está muy extendida y arraigada en el pueblo. Se le considera como
abogado y defensor de diversas causas, se cuentan sus milagros, en el pasado y
en el presente. Pero quizá son poco conocidos los aspectos más centrales e importantes de su
misión y espiritualidad.
Las actividades
de Antonio se desarrollan en estos tres campos: la predicación, la enseñanza de
la teología y el gobierno religioso de algunas comunidades franciscanas. A los treinta años, recuperado de una grave
enfermedad, se dedica a predicar en la
región de la Romaña, en el norte de Italia. Abundan en esta región
grandes centros urbanos (Bolonia, Parma, Rimini, Milán, etc.), donde prevalece la industria, el comercio y la naciente banca. Hay mucha
mano de obra procedente de los campos, y
en todos estos lugares se difunden la propaganda de doctrinas “cátaras”, cuyos
exponentes se hallan en conflicto con
el Evangelio y con la Iglesia. (Nuevo
año cristiano, Junio, pag. 306).
Salvada la
distancia de 800 años, ¿no les parece que vivimos situaciones semejantes? En el
área geográfica de nuestra diócesis se han desarrollado grandes centros
urbanos, en crecimiento acelerado por la migración de los pobladores del campo
a la ciudad, en busca de trabajo y de mejores condiciones de vida. La ciudad de
San Pedro Sula, con Villanueva, Cofradía, La Lima y Choloma se ha convertido en
la zona industrial y comercial del país y, consecuentemente, el lugar donde se
mueve más dinero.
El pulular de
centenares de denominaciones cristianas evangélicas sin más criterio de verdad
que la libre interpretación de la Biblia por el pastor fundador del grupo, y la
aparición de tendencias religiosas de
inspiración gnóstica guardan semejanzas con el momento cultural-religioso de la
Europa de los siglos XI-XII.
Antonio predica
a un Dios compasivo y misericordioso, que en Jesucristo se abaja hasta
nosotros, se hace “menor”, sencillo,
humilde, cercano. Y Antonio vive lo que
predica. Sus palabras van acompañadas con el ejemplo de su vida. Una vida
pobre, humilde, pacífica, caritativa…, como la de su “hermano mayor”, Francisco
de Asís.
Un autor ha
escrito que en las campañas misioneras
de Antonio “brilla más el ejemplo de la vida que la fuerza de las armas, más
las obras en consonancia con el Evangelio que las palabras y más el servicio y acercamiento a
los pobres que el dominio y el poder”.
Antonio de
Padua, misionero de aldeas y ciudades, pobre predicador del Evangelio,
humilde “hermano menor”, santo, es para nosotros ejemplo e intercesor en la
misión de anunciar a Jesucristo. Somos convocados por la voz de los obispos,
reunidos en Aparecida, a una gran misión en todo el Continente “que nos exigirá
profundizar y enriquecer todas las razones y motivaciones que permitan
convertir a cada creyente en un discípulo misionero” (362).
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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