San Pedro: recordar para imitar
La Iglesia
celebra un año más la fiesta del apóstol San Pedro. Y la iglesia particular de
San Pedro Sula se regocija de manera
especial por tener al Santo como titular y patrono.
Siempre es
reconfortante e iluminador contemplar a los grandes santos de la Iglesia porque en ellos vemos ya
logrado lo que nosotros estamos llamados
a ser. Pero hay santos que irradian un
significado original por su relación con Jesucristo y con la Iglesia.
San Pedro es uno de ellos. Vale la pena detenernos a su lado, aprender su
enseñanza, actualizarla en nuestra situación. Con este espíritu que relaciona
dinámicamente el pasado y el presente, que fundamenta una activa presencia y
comunión entre el Santo de ayer y los cristianos de hoy llamados a ser santos, quiero meditar en la fiesta de
aquel a quien el mismo Jesús dijo: “Tú
eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt. 16, 18)
1. “Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt. 16, 16)
En la vida del
pescador Simón todo cambió desde que conoció a Jesús. Su persona lo sedujo, sus
palabras le cautivaron. Y ya sólo vivirá
con Él y para Él.
La vida
cotidiana de las personas tiene un centro vital, consciente o inconsciente, que
unifica y da sentido a la diversidad de
ocupaciones y preocupaciones, intereses y olvidos que mueven nuestro espíritu.
Llamo centro
vital a aquella realidad (familia, dinero, salud, amor, poder social, etc.) en
torno a la cual organizamos todo lo
demás, supeditamos el resto porque la consideramos como lo más importante.
Simón Pedro hizo
de la persona de Jesús el centro de su vida. Se adhirió a él, se entregó confiadamente. Es decir: Creyó.
Cuando Jesús pregunta al grupo íntimo de discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen
que soy yo?” “Simón Pedro respondió. Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt. 16, 15-16). La fe
es salir del círculo cerrado de si mismo para poner como eje central de la vida
la persona de Jesús reconocido como Mesías e Hijo de Dios, en el cual todo converge, del cual todo arranca y
en torno al cual todo gira.
Hoy, cada uno de
nosotros está llamado a centrarse en Jesucristo, “el único necesario”. Ante la
multiplicidad de “ofertas religiosas” que hoy a parecen, incluso ante la
variedad de movimientos, corrientes espirituales, devociones en el interior de
la misma Iglesia es preciso arraigarnos en la persona de Jesucristo, con una
certeza luminosa, con una adhesión total. Quien aquí no se apoya en tierra firme ni tiene seguridad ni la puede ofrecer a los demás. Tengo la impresión
de que a veces ponemos el acento en
aspectos secundarios como sino tuviéramos claro, intelectual y afectivamente, cuál es lo
esencial. “No resistirá los embates del tiempo una fe católica reducida a
bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción
fragmentadas…, a una participación ocasional
en algunos sacramentos… A todos nos toca
recomenzar desde Cristo” (Aparecida, 11), de una manera tan viva, tan gozosa
y transformadora que podamos decir: “Haber encontrado a Jesucristo es lo mejor que me ha podido ocurrir en la
vida” (Aparecida, 29).
2. “Sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia” (Mt. 16, 18)
Simón Pedro, el
discípulo que cree y el apóstol que anuncia, recibe de Jesús un especial
servicio, ministerio en la Iglesia. “Jesús declara dichoso a Simón, no por sus
méritos sino porque el Padre le ha
concedido el don de reconocerlo como Mesías. Y le cambia de nombre (“yo te digo que tú eres
“Pedro” Mt, 16, 18). Indicando el nuevo encargo
que le confiere: ser piedra de
cimiento para el nuevo Israel que empieza a ser congregado. Este nuevo
Israel es la Iglesia, la asamblea del pueblo elegido cuya misión es arrancar a los hombres del imperio
del pecado y de la muerte. A través de
esta Iglesia viene el Reino de Dios, que es
semejante a una ciudad, cuyas llaves se entregan a Pedro. El recibe el encargo de ser mayordomo y
supervisor, con autoridad para
interpretar la ley (“atar y desatar”) y adaptarlas a las nuevas situaciones”
(Comentario a Mt. 16, 13-20 en la edición de “La casa de la biblia”).
Hacer memoria
celebrativa del Apóstol San Pedro es
reavivar el sentido de pertenencia a la
Iglesia, católica y apostólica. Nosotros, con y como Pedro y sus sucesores,
confesamos la fe en Jesús el Mesías, Hijo de Dios vivo. La fe es adhesión y
respuesta personal, nadie puede creer por
otro, pero no queda el arbitrio de cada uno sino que es una fe en
comunión con la expresada por boca de
Pedro y confirmada a lo largo de los siglos por sus sucesores, los Papas.
La dimensión
eclesial de la fe experimenta hoy entre nosotros fuertes sacudidas. En muchos
católicos aún perdura una manera
individualista de vivir la fe; la multiplicación de “iglesias”
cristianas atenta contra la oración de Jesús: “Padre, que todos sean uno” (Jn.
17, 21) y crea gran confusión en muchos católicos “por tradición”, con una fe
poco formada y asimilada. En
consecuencia, la evangelización y la catequesis implican hoy un verdadero discernimiento de la Iglesia del
Señor para no perdernos en la baraúnda de denominaciones, y al mismo
tiempo, un espíritu ecuménico para no
ofender ni condenar sino para avanzar a
la plena comunión en el amor y la verdad a partir de lo que ya nos une.
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
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