Los obispos también nos reunimos
¿Y quién no se
reúne hoy día? Alguien de mi ambiente eclesiástico comentaba jocosamente que si
Dios viniera en estos tiempos, ciertamente nos hallaría reunidos, pero ¿nos
encontraría unidos?
Esta semana se
ha reunido la Conferencia Episcopal de Honduras, es decir, nos hemos reunido
los obispos de Honduras. Quizá se estén formulando ya algunas preguntas como:
¿Qué es la Conferencia Episcopal? ¿Qué
hacen los obispos cuando se reúnen, de
que trata, cómo se llevan ellos? Algo de esto compartiré con ustedes por medio del blog.
El Concilio
Vaticano II (1962-1965) reflexionó sobre la vida y el ministerio de los obispos y nos dice que “la Conferencia episcopal es como
una reunión (junta, asamblea) (“coetus” en latín) en que los obispos de una
nación o territorio ejercen unidos su cargo pastoral para promover el mayor
bien de los fieles por medio de diversas
formas de apostolado adaptadas a las
circunstancias del tiempo” (Ministerio pastoral de los obispos, n. 38)
La Conferencia
episcopal es una excelente manera de
expresar e incrementar la comunicación
de los obispos entre si. Cada obispo es responsable de la diócesis que se le ha confiado. Pero no
está solo. No es obispo en solitario sino en solidaridad con sus hermanos
obispos, especialmente con los más cercanos,
con los de su nación o territorio.
Esta comunión
episcopal se alimenta de una
espiritualidad de la comunión que hunde sus raíces en Jesucristo, “pastor y
obispo de nuestras vidas”. Y se expresa en los encuentros y reuniones, en el
diálogo, en la convivencia y en el afecto mutuo. La Conferencia episcopal es
lugar privilegiado para vivir estas actitudes y comportamientos.
Los obispos de
la Conferencia episcopal de Honduras somos 12. Una Conferencia pequeña, que
hace posible una relación muy personal. Y procedemos geográfica y culturalmente
de muy diversos lugares: cuatro obispos hondureños, tres canadienses, dos
españoles, un maltés, un norteamericano y un panameño. Los no nacidos en
Honduras ya somos hondureños por elección, por veteranía de años y por entrega,
en tiempo, cuerpo y alma, a esta Iglesia. Esta diversidad es un enriquecimiento
para la comunión y una apertura a la
catolicidad, es decir, a la universalidad de la Iglesia.
Nuestros
encuentros no son solamente “talleres de trabajo” sino también “casa de
comunión fraterna”, “templo de oración” compartida por la mañana y tarde,
“escuela de aprendizaje” de diversas ideas y experiencias y ámbito de
convivencia recreativa.
La reunión
última del año, a mediados de diciembre, está dedicada al paseo, a la
convivencia, al disfrute de nuestros paisajes. Cada año se realiza en una
diócesis distinta. Y así nos hemos reunido en Copán y disfrutamos de la visita
guiada a sus “Ruinas”. En Juticalpa celebramos con los indígenas en Dulce
Nombre de Culmí y nos adentramos en las cuevas de Talgua, hasta los restos
humanos fosilizados, que según los expertos son del siglo noveno antes de
Jesucristo. En Choluteca pasamos dos
días en Amapala disfrutando de un paseo
marítimo, de un baño en el Pacífico (sólo algunos) y de unos exquisitos camarones. En Comayagua, además de
celebrar en su hermosa e histórica
Catedral, nos retiramos un día a una casa
de campo donde pudimos descansar, serenar el ánimo, caminar, montar a
caballo y donde nos obsequiaron un almuerzo campestre verdaderamente catracho.
Y debo seguir
con la diócesis que faltan para que no se resienta ninguno de mis hermanos
obispos. Cuando le tocó el turno a Tegucigalpa nos llevaron a la Tigra: altura
y frescura, amplísimo paisaje para la mirada contemplativa y andadura, a pie y
bastón, para cuatro valientes que
caminamos cuatro horas disfrutando de las maravilla del bosque húmedo.
De la
convivencia en Yoro guardo el recuerdo
de la oración matinal en la capillita
donde está la tumba del gran misionero Manuel Subirana y la visita al
templo colonial de Luquigüe. El Trujillo
dejamos tensiones y stress con un baño en aguas termales y
volvimos al pasado visitando la fortaleza de Santa Bárbara.
Y me falta
hablar de la convivencia en la diócesis de San Pedro Sula. Nos reunimos en
Roatán. Algunos obispos no conocían la isla. El P. Faro y sus colaboradores
prepararon todo para que fuera una
gratísima experiencia para los obispos y para el pueblo católico. ¿Cuándo
había tenido Roatán a toda la
Conferencia episcopal de Honduras en su suelo y en su mar?
¿Y cuándo un
obispo había contado estas cosas, con sencillez y cercanía en su blog, hasta
ahora? Agradézcanme esta confianza rezando por nosotros para que el Señor nos
encuentre siempre unidos y, cuando convenga, reunidos.
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
Comentarios
Publicar un comentario