Progreso, ¿para qué y para quién?
“Hacer frente a
esa amenaza (la del cambio climático) creará desafíos en muchos niveles y quizá
lo más importante es que pondrá a prueba
la forma en que percibimos el progreso”. Son palabras de Kemal Dervis (PNUD), según publica el
diario Tiempo (26 de mayo, pag. 2) que me llevan a compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el
progreso.
En nuestro
tiempo vivimos en un mundo tan completamente transformado por el hombre que ya
tomemos un alimento, ya manejemos los utensilios de la vida diaria, ya recorramos un paisaje
que es difícil no encontrarnos con estructuras creadas por éste. Todo esto ¿ha
hecho al hombre más humano? Es decir, ¿le
ha realizado integralmente como hombre? ¿Le ha hecho más libre, más justo y
fraterno, más creador y gozoso? ¿Ha respondido a las cuestiones fundamentales
de sentido: qué es el hombre, cuál es el
sentido del dolor y la muerte, qué
sentido último tiene la vida,…?
Porque, como dice Saint Exupery: “¿qué
progreso hay en recorrer 8,000 .00 Km. en
pocas horas, si el pasajero de ese
vehículo es un ser envilecido?”
“Vivimos un mundo hominizado, pero de ninguna manera
humanizado; en una armonía más que
sospechosa de libertad y opresión,
productividad y exterminio, crecimiento y regresión, ciencia y
superstición, alegría y miseria, vida y muerte. Estas apretadas indicaciones
que cada cual con sus experiencias sobradamente puede avalar, bastará, creo,
para poner de manifiesto quién
resquebrajada en sí misma se encuentra la ideología del progreso, de la evolución
tecnológica conducente por sí misma a la humanidad: es un progreso que actúa
destruyendo, una racionalidad que lleva consigo rasgos irracionales, una
humanización que desemboca en lo inhumano. En pocas palabras: un humanismo
evolutivo cuya consecuencia fática es,
sin quererlo, la deshumanización del hombre”
(Hans Küng “Ser cristiano”, Pag. 42)
La ciencia, la
técnica y sus productos son medios
instrumentos. Lo importante es
saber su fin. Su razón de ser y su valor
les vendrán del para qué y para quién
son usados. Y este es el problema
del actual progreso. “Sufrimos por vivir
en un mundo sin finalidad. Lo que se
llama política de crecimiento es una
política que carece de otro objetivo que
es el de permitir que la máquina siga funcionando” (R. Garaudy, “Una nueva
civilización. El proyecto esperanza”).
Ahora bien, la
ciencia en cuanto tal suministra medios pero no da sentido. El conocimiento
científico no se pregunta por el sentido o finalidad. Esto es propio de la filosofía y de la religión.
El problema base de nuestra cultura es precisamente el “reduccionismo antropológico”. La técnica,
dentro de sus límites, es buena y
no implica necesariamente una pérdida de
humanidad. Pero de hecho, el extraordinario crecimiento de la técnica lleva a un “pantecnicismo”
que trae consigo un empobrecimiento de la vida interior, una pérdida de sentido
de la intersubjetividad, un comportamiento cada vez más deshumanizante y una
obstrucción de los caminos que conducen al misterio y a la contemplación.
El problema se
agudiza cuando nos preguntamos por la
calidad del progreso considerando a
quiénes beneficia. Los obispos de América Latina reflexionamos sobre ello en la V Conferencia
celebrada en Aparecida y afirmamos que “conducida
por una tendencia que privilegia el lucro
y estimula la competencia, “la
globalización” sigue una dinámica de
concentración de poder y de riquezas en
manos de pocos, no sólo de los recursos físicos y monetarios, sino sobre todo
de la información y de los recursos humanos, lo que produce exclusión…”
(Aparecida 62).
Frente a un
modelo de desarrollo “reduccionista” y “excluyente”, hace ya 41 años
el Papa Pablo VI hacía un llamado
“a favor del desarrollo integral del
hombre y del desarrollo solidario de la humanidad” (“Sobre el desarrollo de los
pueblos”, 5).
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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