Aparecida: opción preferencial por los pobres y excluidos
Una misión
inmersa en la realidad de nuestros pueblos no puede desconocer, soslayar o
minimizar la situación de pobreza, de
exclusión, inequidad e injusticia. No
puede silenciar el grito de los pobres.
Me uno a los que afirman que la opción preferencial por los pobres, recogida y
relanzada por Aparecida, es uno de los
signos más claros de su empalme con Medellín y Puebla y de su actualización en
las nuevas circunstancias.
“Hoy queremos
ratificar y potenciar la opción del amor
preferencial por los pobres hecha en las
conferencias anteriores” (DA 396). Este “es uno de los rasgos que marca la fisionomía de la
latinoamericana y caribeña” (DA 391).
Aparecida,
siguiendo el discurso inaugural del Papa, ha querido fundamentar y motivar esta
opción en el acto mismo de la fe para
mostrar claramente que no es algo
marginal sino que “está implícita en la fe cristológica, en aquel Dios que se
ha hecho pobre por nosotros para
enriquecernos con su pobreza” (DA 392). La opción por los pobres no es un “derivado ideológico” de
una determinada filosofía ni un optimismo político-social sino que “nace de
nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho
hombre, que se ha hecho nuestro hermano”
(DA 392).
Jesucristo y
los pobres son rostros inseparables, uno
se refleja en los otros. Contemplamos “en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de
Cristo que nos llama a servirlo en
ellos” (DA 393) y “en el rostro de Jesucristo…, en ese rostro doliente y
glorioso, podemos ver, con la mirada de
la fe, el rostro humillado de tantos hombres
y mujeres de nuestros pueblos” (DA 32). “Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los
pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo” (DA 393).
La opción por
los pobres no es “de libre elección” según carismas, vocaciones o “gustos”,
sino que es obligatoria para todos los discípulos y misioneros de Jesucristo,
con la obligación que nace de la fe y del amor. “Interpela el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes
cristianas” (DA 393), “atraviesa todas nuestras
estructuras y prioridades pastorales” (DA 396).
Los obispos nos
sentimos conmovidos, angustiados (y esto no puede ser retórica) por los
millones de latinoamericanos que no
pueden llevar una vida digna (DA 391), “abandonados, excluidos e ignorados en
su miseria y dolor” (DA 358). ¿Cómo podría ser de otra manera si en verdad nos
sabemos sacramento existencial de Jesús,
el Buen Pastor, que se conmovía
entrañablemente al ver a las
muchedumbres, se acercaba a ellas hasta tocar a los leprosos y dejarse
estrujar por los que le tocaban, les enseñaba con calma y curaba sus
enfermedades y dolencias?
Esta opción
preferencial por los pobres implica
diversas tareas, so pena de quedarse “en su plano teórico o meramente
emotivo” (DA 397). Me limito a señalar la dirección de las dos tareas prioritarias: una se refiere a las
personas, la otra a las estructuras.
La práctica de
la opción por los pobres empieza en la
relación directa e inmediata con este pobre, este enfermo, este desempleado, este hambriento.
Como Jesús tocó a este leproso, dio vista a Bartimeo, curó a la hemorroísa… Es
la primera, permanente e insustituible forma de misericordia y solidaridad. Sin
ella, todo lo demás son discursos, libros, organizaciones…
Aparecida nos
ofrece en dos números reflexiones muy hermosas, renovadoras y comprometedoras
en esta dirección. “Se nos pide dedicar
tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos con interés…, compartir horas,
semanas o años de nuestra vida” (DA 397). “Sólo la cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar
profundamente los valores de los pobres
hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción por los
pobres debe conducirnos a la amistad con los
pobres” (DA 398).
Pero no nos
quedamos ahí. Enseguida surgen las preguntas: ¿y por qué no hay trabajo?, ¿y
por qué no hay medicinas?, ¿y por qué…? Las obras de misericordia han de ir
“acompañadas por la búsqueda de una
verdadera justicia social, que vaya
elevando el nivel de vida de los
ciudadanos, promoviéndolos como sujetos
de su propio desarrollo” (DA 385). Ahora bien, una sociedad justa sólo es posible con unas
“estructuras que consoliden un orden
social, económico y político en el que no
haya inequidad y haya donde posibilidades para todos” (DA 384).
¿Cómo dar
cuerpo, encarnación, organización y operatividad a esta opción por los pobres? Por medio de la “Pastoral Social ”,
nos responde Aparecida. “Las Conferencias Episcopales y las Iglesias locales
tienen la misión de promover renovados esfuerzos para fortalecer una Pastoral
Social estructurada, orgánica e integral” (DA 401).
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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