La misión: ver, sentir y transformar las situaciones
La transmisión
de la fe es preocupación fundamental de la Iglesia en todos los
continentes, bien sea por la grave crisis que atraviesa en
algunos lugares, bien sea por la importancia dada a las religiones históricas de grandes poblaciones,
bien sea por los cambios culturales profundos que terminan afectando a todos.
Ahora bien, la
misión nace del corazón amoroso de la Iglesia (DA30), se da en el corazón del mundo y es para
“tocar” ese corazón (DA148). La misión no es atemporal, paralela y no “importa
a quien”. Es esencial a la misión ver y
actuar en la realidad concreta. Por eso, el conocimiento empático y noético de
la realidad es condición indispensable
para la acción pastoral en relación con esa realidad. Además, la situación histórica mirada con
ojos de fe y corazón compasivo se convierte en mediación teologal. Constituye
un verdadero lugar para la revelación de Dios en cada época. A través de esta situación el Espíritu de
Dios sigue hablando a los hombres de todos los
tiempos y a las Iglesias en las
que están congregados los creyentes.
Una Iglesia
Latinoamericana, encerrada en los talleres de trabajo intraeclesial, en los
esquemas de una doctrina elaborada sólo
desde y para dentro; en la defensa
prioritaria de las instituciones, no puede ser
misionera. Ser misionera es ver la acción de Dios en la situación histórica y escuchar
la voz de Dios en los silencios y en los gritos de los pobres.
Esta es la
razón por la que
Aparecida dedica la primera parte del Documento al ver y sentir “la vida de nuestros pueblos hoy”, vida afectada
profundamente por grandes cambios (DA 33), cambios que percibe como “interpelación
a discernir los signos de los tiempos”
(DA 33) y “como nuevos desafíos para su misión de construir el Reino de Dios”
(DA 367).
Más aún,
Aparecida afirma que ese discernimiento, lo hace “a la luz del Espíritu Santo”
(DA 33), “en fidelidad al Espíritu Santo
que la conduce” (DA 367) y en oración al Espíritu Santo para poder dar testimonio de esa proximidad que
entraña cercanía afectuosa, escucha,
humildad, solidaridad, compasión, diálogo…” (DA 363)
Ahora bien, la
misión de los discípulos misioneros en y para esa realidad, contemplada con ojos de fe y
encendido corazón samaritano, es siempre, implícita o explicativamente, una
misión transformadora, es una “ver” que
lleva a un “actuar”.
La misión ha de
transformar, en primer lugar, a los
mismos “misioneros”. Aparecida desea transformar a los cristianos
“culturales y tradicionales” en
“verdaderos discípulos misioneros “, anhela “recomenzar desde Cristo” (DA 12).
Más aún, quiere impregnar todas las estructuras eclesiales de espíritu
misionero y abandonar estructuras caducas
(DA 365) (Cfr. DA 112, 173).
La finalidad
última de actividad misionera de la Iglesia es transformar los corazones de las
personas y las situaciones en las que viven, para que nuestros pueblos tengan
vida en Jesucristo. El contenido
fundamental de la misión de Señor no fue otro que la atractiva oferta de una vida digna y plena
para todos (Cfr. DA 353,361).
Esta vida nueva
“toca al ser humano entero y desarrolla
la vida humana en su dimensión personal,
familiar, social y cultural” (DA 355).
Por eso, no
podemos concebir una oferta de vida en
Cristo, en nuestra situación actual, atravesada
por rayos de esperanza pero tejida con hilos de injusticia y violencia, “sin un dinamismo
de liberación integral, de humanización,
de reconciliación y de inserción social” (DA 359).
Olvidar la
realidad histórica de nuestros pueblos
como punto de partida (ver) y
como punto de llegada (actuar) de
la experiencia espiritual y pastoral de los discípulos misioneros es olvidar el
misterio de la Encarnación de Jesucristo y de
su Cuerpo que es la Iglesia. “El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo
también historia y cultura” (Benedicto XVI, Discurso inaugural, DA 1). La historia de la salvación es salvación en y de la
historia. “El cristianismo es la religión que ha entrado en la historia” (NMI. 5).
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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