Mi ministerio de la palabra
Jesucristo es la Palabra humana de Dios
Padre. Cuando el Padre nos quiso hablar a lo humano lo hizo por medio de las
palabras de Jesús. El Jesús de los Evangelios no es un eremita retirado y
callado. Jesús plática y enseña, de persona a persona, en pequeño grupo, a las
multitudes. Pero sus palabras no estaban vacías, huecas; no eran formalistas ni
falsas. Eran palabras de verdad, de vida, de salvación. Sus palabras
perdonaban, sanaban, consolaban, denunciaban.
Los obispos,
hablando de sí mismos en el Concilio Vaticano II, dijeron: “en calidad de
sucesores de los apóstoles, reciben del Señor la misión de enseñar a todas las
gentes y de predicar el Evangelio a toda criatura… Este encargo es un verdadero
servicio y en la Sagrada Escritura
se le llama “diaconía”, o sea, ministerio” (LG 24).
Me alegra saber
que, como obispo, soy “ministro de la palabra”, “pregonero de la fe”, “maestro
auténtico” y “predicador del evangelio” (Cfr. LG 25; CHD 12). Desde niño quise
ser sacerdote “para predicar y celebrar bien la misa”, a ejemplo de un misionero que conocía. Y como misionero
claretiano fui llamado “al ministerio de la palabra, para comunicar a los
hombres el misterio integro de Cristo”.
Pero
contemplando a Jesucristo, escuchando sus palabras y mirando su ejemplo, me
hormiguean algunas preocupaciones.
·
Primera preocupación.
¿Cómo hablar
sino estoy a la altura del mensaje? ¿Cómo anunciar la Palabra sino vivo lo que
predico? No quiero ser un charlatán de feria ni un anunciador de productos
religiosos, ni siquiera un buen orador. Les confieso que la palabra predicada
ha sido siempre para mí una exigencia interior de vida. Mi conciencia no
aguanta la incoherencia excesiva entre palabras y obras. Quiero que mi palabra
sea la del testigo, la de quien ha visto y oído y vivido, no la del que repite
lo aprendido o simplemente habla por oficio.
·
Segunda preocupación
Quiero hablar
de manera que me entiendan. ¿De qué sirve hablar tan complicado que dejemos a
los oyentes con “la boca abierta” de admiración pero sin entender nada? “¡Qué
bien habló el padrecito! “¡Y ¿qué dijo?” “No se, pero habló lindo”
Jesús, la Palabra , la Sabiduría del Padre
hecha hombre, podía haber hablado “complicado y elevado”. Sin embargo habló con
lenguaje sencillo, claro, incisivo, sugerente. “Jesús expuso todas estas cosas
(del Reino de Dios) por medio de parábolas a la gente, y nada les decía sin
utilizar parábolas” (Lc. 13, 34). Yo quiero que mi enseñanza sea entendida por
todos, por los letrados e iletrados, por los cultos y sencillos. ¿Lo he
logrado? Ustedes dirán.
·
Tercera preocupación.
¿Convencer o
conmover? Somos un pueblo emotivo. Por tanto hay que llegar al sentimiento.
Pero estamos necesitados de conocimiento y convicciones. En consecuencia hay
que ofrecer contenidos, verdades fundantes.
Por formación y
cultura europea me gusta y quiero el pensamiento claro y ordenado. Por
inculturación hondureña he aprendido la importancia de la fibra afectiva.
Teniendo esto en cuenta, he procurado en mi predicación y enseñanza dar
contenidos, verdades, con claridad y con orden. Y al mismo tiempo, hacerlo, no
de una manera fría, aséptica, sino con convicción, con calor, con fuerza a
veces. Este es mi criterio y método: ni ideas sin sentimiento, ni sentimiento
sin ideas sino palabras que convenzan y conmuevan.
Y las palabras
que más conmueven son las dichas con amor y afecto para ofrecer consuelo y esperanza, ánimo y
ganas de vivir. Hay mucho sufrimiento y decepción. Y escucho las palabras del
Señor: “Consuelen, consuelen a mi pueblo, háblenle al corazón” (Is. 40, 1-2).
·
Cuarta preocupación
A veces yo
mismo he dicho: “quiero ser voz de los pobres”. Pero comprendo que no basta
hablar “en nombre de los pobres” y “a favor de los pobres”. Ahora quiero que
hablen los pobres, que digan sus palabras, que tengan su palabra en la Iglesia.
Demos a los pobres la Palabra de Dios, sí.
Hablemos a los pobres con palabras de consuelo y amor, sí. Pero dejemos a los
pobres decir sus palabras y escuchemos. En ellos nos habla el Señor. Somos más
fáciles en aconsejar a los pobres que en escuchar a los pobres. Y pobre no es
sólo el que carece de medios. El más pobre es aquel a quien ni se le escucha.
Por no tener, no tiene ni la
palabra. Por no darle, no se le da ni la palabra.
Como obispo quiero decir una palabra de consuelo, vida
y esperanza a los pobres pero también quiero hacer silencio y vacío en mi para
escucharlos.
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Comentarios
Publicar un comentario