El ángel de la bendición”
Hay un ángel muy
especial que va poniendo un toque de bendición por donde pasa. Quiero hablarles
de este ángel de la bendición en los hogares.
“Bendito sea
Dios que nos ha bendecido en Cristo, con toda clase de bienes espirituales” (Ef.
1, 3). Cada uno de nosotros somos una “bendición”. Yo soy una bendición. Tú
eres una bendición, un “bien-dicho” por
Dios, una buena palabra encarnada pronunciada amorosamente por Dios. No
eres un estorbo, una equivocación, una
casualidad.
Los esposos son una bendición de Dios el uno para el
otro, un regalo de Dios mutuamente. Dios bendice al esposo a través de la
esposa y bendice a esta a través de su
marido. Y los hijos son una bendición de Dios, un don bueno, hermoso, un regalo
de su amor, no unos intrusos que vienen a complicar la vida.
Si Dios bendice
¿cómo maldecir? Si Dios nos dice palabras de bien ¿cómo decir palabras de mal?
La familia está llamada a bendecir en primer lugar a Dios: “¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo!” (Ef.
1, 3). Bendecir es confesar la fe en Dios, reconocer su amor, agradecer sus dones, gozarse de que Dios sea
Dios. Y esto a quien aprovecha es a la
familia. Nada le damos a Dios, más bien le agradecemos lo que Él nos da,
proclamamos su generosidad.
En la familia
donde se bendice a Dios, los hijos crecen en un ambiente lleno de la
presencia de Dios y una presencia
sentida como buena, hermosa, gratificante. Los niños y adolescentes se empapan
de sentimientos religiosos positivos, gozosos, plenificantes.
En la familia
nos relacionamos unos con otros por
medio de las palabras y de las obras. ¿Qué decimos y hacemos a los demás? ¿El
bien o el mal? ¿Ben-decimos o mal-decimos?
¿Somos bien-hechores o mal-hechores? El ángel de la bendición pone en los
esposos palabras de cariño, comprensión y perdón. Pone en los padres palabras
de ánimo, de alabanza, de apoyo hacia los hijos. Pon en estos palabras de
confianza y de agradecimiento hacia los
padres. ¡Qué hermosa la familia en la
que todos sus miembros se relacionan con palabras de bendición!
Pero, por
desgracia, con frecuencia en las familias se escuchan alborotos, peleas,
palabras groseras y ofensivas, duras e hirientes. Reina la “mal-dición”. Este
ambiente tiene efectos muy negativos en
todos pero especialmente en quienes
están aprendiendo a vivir. Los pequeños, ante los gritos, se asustan, se llenan
de miedo. Se sienten mal y experimental la vida como agresiva, no placentera.
Luego, por la ley de la imitación, pueden reproducir el comportamiento y el lenguaje de los mayores. Insultan, dicen palabrotas,
desprecian, “mal-dicen”.
¡Qué importante
es la palabra y qué influencia puede ejercer! La palabra puede ser dulce como
la miel o amarga como el ajenjo, puede animar o hundir, curar o herir, la
palabra puede bendecir o maldecir. Pido al Señor que el Ángel de la bendición
ponga buenas palabras en su familia.
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
Comentarios
Publicar un comentario