“El ángel de la atención”


La Iglesia católica hace 17 años que instituyó  el mes de agosto como el  “mes del matrimonio y la  familia en Honduras”. Apoyaré  esta celebración escribiendo algo sobre la familia. La manera de  hacerlo me la ha sugerido un libro titulado “cincuenta ángeles para comenzar el año”  y que, como dice el autor en la introducción, “son cincuenta actitudes  destinadas a marcar nuestras vidas”.  Yo escribiré sobre algunos comportamientos que, si se ponen por obra, construirán una familia feliz.

Lo verdaderamente valioso e importante de la  familia son las personas, cada persona concreta. Las personas son el “tesoro” de la casa. Valen más que los muebles, que el carro, que la televisión, que el tiempo de trabajo.

Hay un ángel muy especial que cuida de las personas,  es el “ángel de la atención”. En el espacio interior de la casa las personas que la habitan  no sólo viven “una junto a otra” sino deben vivir “una con otra”, “una para la otra”.

Esta relación interpersonal de comunión y de ayuda implica que cada uno sale de si mismo, de sus propios intereses, de su “egocentrismo” y presta atención personal a los otros, a sus necesidades, intereses, estados de ánimo, a su persona.

Atender (ad-téndere) significa tender hacia el otro, volverse hacia el otro. Atenderse los esposos entre sí, atender a los hijos, atender a los padres es como decirse uno a otro: “tú cuentas mucho para mí, eres muy valioso. Te aprecio, te amo. Vale la pena gastar mi tiempo y mis energías contigo, por ti”.

Padres, me dirijo a ustedes y les hago algunas preguntas: “¿qué atención prestan a sus hijos?, ¿Qué tiempo les dedican?, ¿cómo les escuchan cuando quieren hablar?, ¿qué saben de sus amigos, de sus estudios? ¿Qué atención se prestan como esposos?

La manera como ustedes se prestan atención mutua y atienden a los hijos está educando a estos para el amor o el egoísmo, en la estima de  si y de los demás o en la falta de aprecio de si mismo y de los otros. La familia es la primera escuela de la relación consigo mismo  y de las relaciones con los demás.

Si los hijos reciben la atención, el afecto y el tiempo debidos, van aprendiendo que son dignos de amor y de atención; que no son un objeto, un mueble o un estorbo; que valen más que el  periódico, que el partido de fútbol, que el trabajo incluso. Van creciendo en la conciencia y sensación de que no están solos sino acompañados, bajo una mirada amorosa y protectora. Madura en ellos la experiencia de su dignidad personal.

Más aún, así se inician en la dinámica del amor que saca del egoísmo, nos inclina hacia el otro y nos abre a sus necesidades. Aprenden a no pensar sólo en sí mismos y no dejarse llevar exclusivamente  de sus gustos sino a tener en cuenta a los demás.

Sino sienten “el ángel de la atención”  amorosa y discreta, detallista y liberadora,  crecen en la sensación de que no se interesan por ellos, por sus cosas, por su educación, por sus problemas, no cuentan en la casa, hay otras cosas que valen más. Desarrollan una experiencia de soledad interior, de abandono. Están solos.

Pero entonces buscarán otros espacios y otras personas que los atiendan, los valoren, les dediquen tiempo para estar, para escuchar, para ayudar.

Si estos nuevos ambientes son  buenos, sanos moralmente y constructivos equilibrarán la falta de atención en el contexto familiar. Si las personas con las que establecen una relación de confianza saben orientarlos bien suplirán en parte lo que  no recibieron en el hogar. Pero existe el peligro, especialmente para los adolescentes, de ser atrapados por grupos y personas que los marquen muy negativamente y los involucren en comportamientos  negativos.

Deseo y pido al Señor que “el ángel de la atención” esté en todas las familias.




+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula

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